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NOTICIAS DE MISIONEROS DOMINICOS

¿Qué está pasando en las misiones dominicas?

“Los caminos del señor son inescrutables”

Experiencia misionera y profesional de un médico valenciano: Manuel Sayas Lloris

Manuel Sayas Lloris

Me han preguntado muchas veces por qué participo como voluntario en la misión de Selvas Amazónicas. La respuesta no es sencilla, responde a una inquietud que he tenido a lo largo de mi vida. Todo se remonta a cuando de niño iba al colegio “Pureza de María” de mi pueblo, perteneciente a una institución religiosa de monjas dedicadas a la educación. Allí acudí en mi etapa infantil, hasta los 8 años. Yo era un niño más, algo tímido y soñador.

Tengo un buen recuerdo de esta etapa, en donde las religiosas, con mucha paciencia y cariño nos enseñaban las primeras letras y números, en un ambiente de juegos y religiosidad sencilla. Con ellas tomé la primera comunión, y todavía conservo con cariño el catecismo que utilicé en la formación, que me ha acompañado en todos mis viajes a Perú como referente espiritual. Pasados muchos años, me contaron mis padres que una de las monjas con la que más trato tuve, la madre Bertomeu, les decía que “este niño de mayor será médico o misionero”. No sé qué pudo observar en mí, pero parece que estuvo acertada, pues mi camino vital ha ido discurriendo por dichas inquietudes.

Manuel Sayas Lloris 2Seguidamente, realicé el Bachillerato y el COU en el colegio “La Concepción” de los padres franciscanos, también en Ontinyent. Allí se impartía una educación más estricta “al estilo de la época”, pero también trascendía la religiosidad franciscana y el espíritu misionero. Recuerdo muy bien la despedida que se le hizo a fray Mauricio, que se fue de misionero a Hong Kong. En mi imaginación le veía recorriendo aquellas lejanas tierras, sobrellevando difíciles tareas. Además, el colegio contaba, en uno de sus amplios pasillos, con unas grandes vitrinas repletas de objetos provenientes de las misiones franciscanas en la selva central de Perú. Fotografías antiguas, cerámicas de los shipibo, arcos y flechas, etc. Me pasé allí muchos ratos observando con gran curiosidad e imaginando cómo serían las misiones en esas selvas.

En el colegio era tradicional que, durante las semanas previas a la Semana Santa, se realizasen ejercicios espirituales, los que se acompañaban con la lectura de unas revistas y libros que relataban la vida de los santos. Me impresionó enormemente una que relataba la vida y muerte del padre Damián, aquel sacerdote belga que dedicó su vida al cuidado de los leprosos de la islaleprosario de Molokai, en las islas Hawái. Permaneció acompañando hasta el final de su vida, ya contagiadode lepra, a los más despreciados de entre los pobres.

Terminado el bachillerato inicié estudios de medicina en Valencia. Fueron años de mucho esfuerzo y dedicación, pues se exigía mucho a los alumnos. También supuso la salida del ámbito familiar y descubrir las novedades que ofrecía una sociedad en pleno cambio político y social. Descubrir otras maneras de pensar, otros valores y planteamientos vitales. Fue una época de maduración, de fuerte crisis personal, de replantearse lo que uno quería hacer con su vida. De primeros amores. De acudir a manifestaciones políticas, corriendo perseguidos por los “grises” que nos apaleaban con sus porras, y también de pasar alguna noche en el calabozo.

Concluidos los estudios de medicina, me seguía llamando la idea de ir a aquellas tierras de misión. Viajé a Barcelona en donde realicé el curso de Medicina Tropical que organizaba Médicus Mundi en el Hospital Clínico de dicha ciudad. Fueron seis meses de estudio y prácticas de laboratorio muy interesantes. Pude conocer a compañeros que tenían mis mismas inquietudes, e incluso algunos de ellos ya habían estado en África en instituciones religiosas y ONG.

Los estudios de medicina han supuesto muchos años de esfuerzo y dedicación, pero me seguía llamando la idea de ir a aquellas tierras de misión, y mi primera experiencia como cooperante fue en Bolivia en 1991, junto con otros médicos, enfermeras y maestras.

Finalizado el curso estuve indagando la mejor manera de materializar mis proyectos. Busqué opciones en organismos oficiales y también en instituciones religiosas misioneras. Me puse en contacto con el Secretariado General de los Misioneros Dominicos. Al cabo de unas semanas recibí una carta de monseñor Larrañeta, que aún guardo con cariño, en la que me daba algunas recomendaciones, así como una dirección en Madrid para poder hablar de manera presencial.

En aquella época me encontraba trabajando en Ontinyent en lo que me iba surgiendo, en Atención Primaria, en Urgencias, de ayudante de quirófano y en el laboratorio de análisis clínicos. Pero como los caminos del Señor son inescrutables, un día vino al laboratorio una joven bióloga a hacer prácticas, de nombre María Amparo, y lo que empezó como una relación formativa y profesional, acabó siendo una bonita relación de noviazgo.

Manuel Sayas LLoris 3Ese mismo año (1991) me fui yo solo durante dos meses a Bolivia, como cooperante a la ciudad de San Javier, a un colegio que dirigen las Obreras de la Cruz. Colaboré con ellas en el colegio y con el médico del pueblo, el Dr. Manfredo Prado, en las campañas de vacunación, pasando consulta en las comunidades nativas y ayudando en el quirófano.

Al año siguiente, María Amparo y yo nos casamos, con mucha felicidad y proyectos en común. En el verano de 1993 fuimos los dos juntos de misión a Perú, con una organización religiosa llamada Lumen Dei-PRODEIN, que conocí en unos ejercicios espirituales. Tienen en Cuzco el pequeño hospital de San Bernardo, en el que atienden a enfermos de leishmaniasis mucocutánea. Esta enfermedad afecta a personas de la sierra que viajan a la zona de selva a trabajar, y allí se contagian por la picadura de un mosquito. Se trata de un mal muy invalidante, pues afecta a las mucosas de la boca y nariz, desfigurando terriblemente la cara. También tienen la llamada Casa del Campesino, que funciona como un consultorio de los campesinos que se desplazan de las aldeas de la sierra andina a la ciudad de Cuzco. En el grupo de cooperantes nos encontrábamos varios médicos, enfermeras y maestras.

Con pequeños autobuses atendíamos también a los lugareños de las aldeas dispersas por las montañas, Acopía, Sangarará, Pomacanchi, Urcos, etc. A veces a caballo o en largas caminatas. Fue una muy bonita experiencia para los dos, aunque en ocasiones muy dura.

Al regresar a España las cosas iban a cambiar. Mi mujer empezó a trabajar de profesora de matemáticas y biología en el colegio “Pureza de María” de Ontinyent, y yo en la Unidad de Hospitalización a Domicilio del Hospital Xàtiva- Ontinyent. Fue una época de mucho trabajo, pues solo éramos dos médicos en esa nueva unidad que se estaba formando. Trabajábamos muchas horas, y teníamos que hacer muchas guardias.

Manuel Sayas LLoris 4Después llegaron los nacimientos de nuestras dos hijas. Época muy bonita, años de mucho esfuerzo para compaginar crianza y trabajo. En definitiva, que la Misión tendría que esperar. Pero esa inquietud seguía latente en mi interior. La única conexión que tenía con ella era la lectura de los boletines de “Selvas Amazónicas” que mis suegros recibían en su casa, pues eran colaboradores.

Yo los leía con gran interés, e iba conociendo de manera indirecta las vicisitudes de los misioneros dominicos por lugares remotos de la selva peruana, Shintuya, Sepahua, Koribeni, Kirigueti, Puerto Maldonado, el río Madre de Dios, el río Urubamba. Ya en 2011, con mis hijas más mayorcitas y con mayor sosiego laboral, le comenté a mi esposa el deseo de poder ir de nuevo a misión, y llegamos al acuerdo de ir dos meses cada tres años.

Me fui a Madrid (recordando la carta que me envió monseñor Larrañeta muchos años antes) a la sede de “Misioneros Dominicos-Selvas Amazónicas”. Allí conversé con su director, fray Francisco Faragó, y la coordinadora Alexia Gordillo, que me atendieron muy bien. Les expliqué mis inquietudes y me comentaron que justamente ese año se iniciaba un proyecto de voluntariado seglar. Se exigía una formación previa, a la que me inscribí inmediatamente.

Durante varios fines de semana acudí junto a otras compañeras y compañeros (todos ellos mucho más jóvenes que yo) a las charlasformativas, en un ambiente estupendo de cordialidad y camaradería. Me destinaron a Puerto Maldonado, a la misión de San Jacinto. Conforme a los deseos del entonces obispo Mons. Paco, me encomendaron la asistencia médica y el acompañamiento a los ancianos de la residencia de ancianos “Apaktone”. Durante todos estos años que he acudido a la misión esta ha sido mi principal tarea, que he intentado desempeñar con gran ilusión y dedicación. Es un proyecto muy bonito, pues son ancianos que en su mayoría carecen de familia, algunos abandonados y sin recursos. Allí se les atiende con gran cariño y profesionalidad en todas sus necesidades, con gran dedicación por parte de las cuidadoras, enfermeras y personal directivo.

Manuel Sayas LLoris 5He visto pasar por allí a numerosos ancianos. Disfruto hablando con ellos, me cuentan sus vidas, sus trabajos, sus alegrías y penas. Sus problemas personales, el dolor del abandono cuando la vejez supone una carga. Les he atendido en sus enfermedades y a algunos de ellos los he acompañado y asistido en su muerte. Sé que es un proyecto costoso de mantener y que en ocasiones se han sufrido dificultades económicas para su continuidad. Ojalá que perdure durante muchos años más.

Pero cuando se va a la Misión, uno debe estar dispuesto y abierto a realizar cualquier actividad en la se pueda aportar algo a la comunidad. En ocasiones no es mucho, solo acompañar al misionero en su tarea diaria ya es importante, valorar el gran esfuerzo y dedicación para con los más necesitados. Recuerdo al veterano padre Zabala cuando vivía en la misión de Boca Colorado y contaba con la residencia de niños de las comunidades nativas, a los que se facilitaba el acceso a la educación. Le he acompañado en las visitas pastorales a los pueblos nuevos que van surgiendo a la orilla del río a expensas de la minería del oro: Laberinto, Delta 1, Puerto Carlos, Lagarto, etc., en donde los misioneros son muy apreciados y valoran su implicación en las necesidades tanto materiales como espirituales de la población.

He dado clases de repaso a los alumnos del Seminario Juan María Vianney de Puerto Maldonado. Y también he ayudado, modestamente, al voluntario arquitecto José Manuel Etayo en la construcción de la capilla del Señor de los Milagros, cortando maderas, poniendo ladrillos y colaborando en el encofrado del cemento.

Cuando se va a la Misión, uno debe estar dispuesto y abierto a realizar cualquier actividad. En ocasiones no es mucho, pero solo acompañar al misionero en su tarea diaria ya es importante, valorando el gran esfuerzo y dedicación para con los más necesitados.

Y cómo no recordar a César y Mariela, matrimonio misionero, con quienes he hecho alguna pequeña intervención en Radio Madre de Dios, y otras muchas en las actividades parroquiales de la iglesia del Rosario. Con Mariela hice un viaje épico por el río Manu, hasta la comunidad nativa de Yomibato, acompañando a unas profesoras que iban a quedarse una temporada en la escuela.

manuel Sayas LLoris 6También tuve la suerte y el honor de acompañar a las veteranas misioneras de la CONFER, las hermanas Manuela y Alicia, en las visitas pastorales a las comunidades nativas del río Piedras y del Bajo Madre de Dios. Hacen un trabajo encomiable, no exento de peligros y dificultades.

En el último viaje que hice a Puerto Maldonado, monseñor David me encomendó la asistencia a los inmigrantes ilegales, venezolanos y cubanos en su mayoría, en el consultorio de Cáritas. Son personas que han huido de sus países por las dificultades económicas y políticas, y que a través de la selva buscan acogida y refugio. Muchos llegan enfermos y sin papeles. En Cáritas se les atendía de la mejor manera posible a pesar de los escasos recursos de que se disponía.

Sé que mi aportación a la Misión de Selvas Amazónicas es testimonial, no he hecho grandes cosas. Soy yo el que más ha recibido. Por eso quiero darles las gracias, por haberme permitido realizar ese sueño que tuve desde niño. Ya lo decía aquella religiosa del colegio: “Este niño será médico o misionero”. A veces los deseos y expectativas vitales y profesionales son unas, pero las vicisitudes de la vida o los designios del Señor son otros.

Se puede hacer misión en la selva, pero también en el día a día de tu vida, en tu casa, en la familia o en el trabajo.

He intentado hacer las cosas de la mejor manera posible, con mis aciertos y mis errores. Tengo ya 65 años, y el año próximo me jubilaré de mi actividad profesional, pero ojalá pueda durante algunos años más ir de misión con Selvas Amazónicas.

MANUEL SAYAS LLORIS

Artículo publicado originalmente en el Nº9 de la Revista Selvas Amazónicas