85 años del martirio del fraile dominico José Arnaldo
Fr. José Arnaldo, OP, entregó su vida el 5 de noviembre de 1935 en Perú, donde era misionero. Conoce su historia.
La última de sus principales expediciones misionales la hizo el P. Arnaldo, en los meses de mayo y junio de 1935, al río Pariamanu. Regresó a la Misión con buen grupo de salvajes iñaparis. Eran salvajes fogueados: antiguos peones de los caucheros de la Montaña; sabían manejar la carabina y tenían todos los vicios del criminal civilizado. Tres de ellos se fugaron después de la Misión, llevándose consigo a tres huarayas casadas. Se fueron hacia su tierra, el Pariamanu.
Se creyó conveniente darles alcance, y salió el mismo Padre Arnaldo, acompañado de cuatro huarayos, tres de ellos los respectivos maridos de las mujeres robadas. La expedición salió de Lago Valencia, surcando el Madre de Dios, hasta el Piedras, y subiendo por este río. Veinte días iban andados, cuando los huidos fueron vistos a orillas del Piedras.
El encuentro de los salvajes no tuvo nada de violento, por la autoridad del misionero que supo imponerse a todos. Felizmente, hallábanse por allí unos soldados recogiendo crisneja (especie de palmera) para techar su cuartel de Maldonado. Su presencia no dejó de ayudar eficazmente a que los huidos, con las mujeres, se prestaran de buen grado a regresar otra vez a la Misión, y todos iniciaron el regreso a Maldonado. Por precaución, un soldado armado bajó con ellos en la canoa. El día cuatro de noviembre, en la tarde, llegaron a la Misión de Maldonado, y allí, todos juntos pasaron la noche, sin señales particulares de anormalidad, aún cuando el P. Arnaldo sabía que las intenciones de los iñaparis no eran de paz.
Al día siguiente, 5 de noviembre, a las cinco de la mañana, salieron en canoa por el Madre de Dios hacia Lago Valencia, los tres iñaparis, las mujeres y los cuatro huarayos (César, Jayo, Tijé y Guané), con el P. Arnaldo. Creyó el Padre que ya no era necesaria la presencia del soldado armado, y lo dejó en Maldonado. El viaje no era largo y no ofrecía ya dificultad alguna; además le parecía suficiente su autoridad para reprimir cualquier desorden.
Habrían navegado como cuatro horas aguas abajo del Madre de Dios. Entre los iñaparis, el que hacia de cabeza y jefe de los otros era Santiago. Al llegar a la isla Rolín, Santiago se tiró al agua, diciendo que se había caído, a causa de una mala maniobra del popero, que era un huarayo, y pidió popear (pilotar) él mismo. El Padre se lo concedió, sin sospechar sus criminales intenciones.
Al llegar a la isla Gamitana (llamada así por la quebrada de ese nombre, que, por la izquierda del Madre de Dios, allí desemboca), el iñapari Santiago, vino lentamente, descargó un recio golpe de remo sobre la cabeza de César, el huarayo que estaba más cerca. Le cogió de lado, y no le quitó el conocimiento, pero le abrió una tremenda herida. Los huarayos, con César, al sentir la agresión, se tiraron al agua. Entonces Santiago, dueño, con sus paisanos, de la canoa, cogiendo un rifle, mató al P. Arnaldo de un tiro. A tiros, también mató a los huarayos Jayo y Tijé, que estaban nadando. César pudo huir, regresando a Maldonado, mientras que el otro huarayo, Guané, queriendo escapar a Lago Valencia, fue alcanzado por los criminales, que lo mataron a palos. Los iñaparis, triunfantes, arrimaron la canoa a la orilla de la isla Gamitana, descuartizaron al Padre y arrojaron los restos al agua. Esto sucedía aproximadamente a las once de la mañana del día cinco de noviembre.
Llegó a saberse que los criminales iñaparis huyeron, de nuevo, al río Piedras, a donde el Sr. Alférez Moreno se dirigió con sus soldados, pero sin ningún resultado. Los detalles que hemos apuntado de este luctuoso episodio los debemos a varias cartas del P. Gerardo Fernández, Superior de la Misión de Maldonado y al relato que personalmente nos hizo el Sr. Alférez Moreno, caballeroso oficial del ejército peruano, recientemente llegado del Madre de Dios.
Bárbaramente, inesperadamente, como desenlace brusco de una pesadilla horrible, ha sido arrebatado el P. José Arnaldo, cuando comenzaba a cuajarse como misionero experimentado en esta difícil porción de las Misiones de la Iglesia. Que se cumplan hasta lo último los misteriosos designios del Señor, y no nos quiera abandonar en su Paternal y Misericordiosa Providencia.
Anónimo, extraído del libro Papachí Ese Eja