Cómo hacer realidad la transformación que nos genera nuestra experiencia de Misión
Maite es voluntaria frecuente en El Seibo, y esta experiencia renovadora le ha impulsado a llevar a cabo numerosas iniciativas
Resulta que, tras un voluntariado misionero, una se transforma aficionándose a cosas que antes no le gustaban, como en mi caso, que desde que volví de la República Dominicana por primera vez, en el verano del 2013, no he dejado de escuchar bachata, merengue y salsa, con clara predilección por la primera. Jamás pensé que me gustaría una música que en su mayor parte está compuesta de letra claramente machista; pero sí: adoro la bachata, me encanta y me transporta a la Misión, a sus gentes alegres, a los paisajes verdes y las playas azules, a las casas acogedoras, a las noches ruidosas y a la alegría de la vida dominicana.
Diría que la música, al igual que los olores o los sabores, nos traslada a aquellos lugares en los que hemos sido felices, por lo que yo procuro escuchar bachata para mantener mis días alegres. Alegres y conectados a la Misión de El Seibo,
donde los misioneros dominicos, trabajando en Familia Dominica, luchan por la dignidad del pueblo seibano. Un pueblo que lejos de vivir en el paraíso que, paisajísticamente hablando, sí podemos calificarlo así, vive con pocos recursos y menos derechos.
Mi experiencia misionera es intermitente. Cada pocos veranos vuelvo a El Seibo como quien regresa a su lugar de origen. Vuelvo a nutrirme, a contagiarme, a aprender, a crecer, a encontrarme con los hermanos, con las hermanas y con Dios. Y
regreso porque lo necesito yo. Si algo tengo claro, es que la Misión no me necesita a mí. Soy yo quien necesita el contacto con ella para encontrarme con Dios. Y porque una vez que la vives, ya no puedes ignorarla. La Misión te transforma.
¿Pero qué hacemos con aquello vivido cuando regresamos a nuestra vida? ¿Cómo lo encajamos en nuestras familias, nuestros trabajos, nuestras amistades o nuestras comunidades? Yo únicamente he encontrado una forma, y ha sido la de incorporar la Misión a mi vida. La música no es todo lo que me hace sentir unida a la Misión. También encuentro en mí otros espacios que hacen que viva la vida en clave de Misión, como los encuentros misioneros, constituir una asociación que pueda recaudar fondos para transformar las vidas de otras personas, sensibilizar en colegios o colaborar con Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas, como ahora, que escribo para poder transmitir todo aquello que sucede al regreso de un voluntariado misionero.
Si algo tengo claro, es que la Misión no me necesita a mí. Soy yo quien necesita el contacto con ella para encontrarme con Dios. Y porque una vez que la vives, ya no puedes ignorarla. La misión te transforma.
Una de las primeras transformaciones que sentí tras mi regreso del voluntariado misionero fue que en mi vida ordinaria me sentía extraordinaria.
No sé bien por qué, pero tras mi paso por la misión, entendí que Dios me pedía DAR VIDA más allá de mi entorno cercano,de mi propia comunidad o de mi mundo de relaciones. Y no es que mi vida diaria sea muy lineal, pero limitarla a mi ciudad,a la familia, mi comunidad, amistades y trabajo asentados, no podía ser todo lo que Dios quería para mí. Algo más tenía que hacer, porque si no, esto se iba a quedar en una experiencia puntual, que está muy bien, pero no es lo que Dios me pedía.
Y ello, unido a que también Dios quiso que pudiésemos constituir una asociación con la finalidad de becar la carrera de medicina a mujeres que no tienen acceso a la misma por carecer de medios económicos, impulsó mi vinculación con una Misión concreta de los Misioneros Dominicos, la de El Seibo en la República Dominicana. Durante
estos años hemos becado a varias niñas que, sintiendo vocación para la medicina, han podido terminar sus estudios y devolver lo que se les ha entregado, en forma de compromiso con la comunidad en la que residen. Gracias a la labor de Fray Miguel Ángel Gullón, que controla el dinero que allí enviamos, nuestros asociados y asociadas saben que el dinero que invierten se destina a ese fin concreto: la formación de mujeres médicos. Somos poquitos asociados, pero los suficientes para poder estar en camino ya desde el año 2014.
Pero aunque pequeñita, nuestra asociación está destinada a favorecer una Misión concreta, porque ser pequeña permite que personalmente pueda mantener el vínculo con las estudiantes, así como con su tutor y las coordinadoras de las becas que gestionan a su vez los Misioneros Dominicos – Selvas Amazónicas, que son quienes sostienen el proyecto en el territorio. Nosotros, desde aquí, únicamente nos dedicamos a recaudar el dinero para garantizar que se destina a su fin, y mejorar así la vida de la comunidad seibana.
Hubo un verano, el del 2016, que nos implicamos junto con el pueblo seibano en la lucha para poder resarcir la vulneración del derecho humano a la vivienda a personas que fueron desalojadas de sus hogares por matones de una gran compañía azucarera. Esos tristes sucesos provocaron que un grupo de personas de la Orden de Predicadores, de diferentes partes del mundo, liderados por “Dominicos por la Justicia y por la Paz”, Organización Internacional con estatuto consultivo ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, nos uniésemos para hacer presión internacional y conseguir resarcir el derecho humano a la vivienda vulnerado.
Ello me tuvo implicada varios meses tras mi regreso de la misión, estudiando el asunto desde el punto de vista del derecho internacional, y coordinando fuerzas con personas de otras partes del mundo como Ginebra, Chicago, Sudáfrica, o Londres, que pusieron todo su interés en colaborar para llegar a las instancias que fuesen necesarias. El asunto aún no está resuelto, y desde el punto de vista jurídico, continúa en Naciones Unidas, e incluso hay planteada una demanda ante los Tribunales de Florida (EE. UU.). Y todo ello gracias al trabajo promovido por la Familia Dominica de El Seibo. Yo aprendí mucho de aquello, e incluso desde el punto de vista profesional, me ayudó a crecer. Por lo que puedo afirmar, que ese crecimiento personal, esa transformación, es una deuda que tengo también con la Misión.
Otra de las cosas bonitas que sucedieron tras mi regreso de la primera experiencia misionera y que ha continuado transformándome hasta el día de hoy, fue que me impliqué más en Misioneros Dominicos – Selvas Amazónicas. Ciertamente, es desde Madrid que se organiza todo, pero ello no impide que aquellas personas que queramos colaborar para mejorar la vida de las misiones y de los misioneros, lo podamos hacer también en la distancia.
Muchas son las personas que se interesan por vivir la experiencia misionera; y cada año sin falta, comenzamos con los cursos de formación para nuevos voluntarios y voluntarias, donde los más antiguos nos unimos también para poder seguir conectados a la Misión y acompañando a los nuevos voluntarios tanto en su camino de decisión de salir a la misión, como en el camino de vuelta de la misma.
Tras el paso por la Misión entendí que Dios me pedía dar vida, y lo he tratado de plasmar por diversos medios:
- Creando una asociación destinada a proporcionar becas a mujeres en El Seibo que desean estudiar la carrera de medicina.
- Implicarme en la lucha del pueblo seibano por el derecho a la tierra y a la vivienda.
- Participando en los encuentros de voluntarios, transmitiendo mi experiencia.
- Apoyando a quienes regresan de la Misión, orientando en cómo canalizar esta experiencia transformadora.
- Contando mi experiencia misionera en colegios, llevando la Misión a los más jóvenes.
- Vivir la Misión en mi día a día y en comunidad.
Cada persona tiene una experiencia diferente, pero es muy común que, a la vuelta de la misión, uno sienta algo parecido a un vacío, a un no encajar en la vida de siempre o no saber cómo transmitir lo vivido a tus seres más queridos, quienes ávidos de fotos, se suelen quedar en lo superficial de la experiencia. Por eso es bueno el apoyo que reciben nuestros voluntarios a su regreso de la Misión de quienes llevamos más tiempo, porque somos quienes mejor vamos a comprender ese difícil regreso al día a día.
Yo misma suelo ponerme un poco malhumorada con mi familia, que realmente no tiene la culpa de mi sentir, por lo que ya sé que siempre necesito unos días de adaptación a la vida ordinaria. Esto que nadie te explica, suele pasar, y por ello es importante apoyar a las personas que regresan de la misión llenas de VIDA en su incorporación a su realidad de siempre, porque tras una experiencia transformadora, es difícil encajar todas las piezas.
Me gusta mucho también poder contar la experiencia misionera en colegios, donde los más jóvenes, que les queda tanto por vivir, suelen escuchar atentos nuestros testimonios. Generalmente, aprovechamos el día del Domund para dar estos testimonios, porque los colegios nos requieren y no podemos declinar la posibilidad de llevar la Misión a los más jóvenes. Una no suele tener la posibilidad de contactar con esas franjas de edad cada vez más alejadas a la propia, por lo que es una alegría poder llevar y mostrar la Misión a quienes tienen tanta vida por delante. Yo confío en que vamos sembrando semillitas de ilusión para que la Misión no pare y poder encontrar nuevos voluntarios que quieran implicarse en la vida de los misioneros dominicos.
La realidad es que la experiencia misionera es altamente recomendable para todas aquellas personas que nos llamamos hijos e hijas de Dios. Salir de la tierra de uno, definitivamente transforma. Alguien una vez me dijo que no era lo mismo la gente viajada que la gente no viajada, haciendo referencia a la apertura de mente de las personas que han conocido otros lugares. Pues eso mismo creo yo de la Misión.
Claramente, no es lo mismo una persona cristiana que ha vivido la experiencia misionera, que quien no la ha vivido, porque como me dijo una Hermana Misionera de la Caridad en Calcuta: “son ustedes quienes necesitan el contacto con el empobrecido para encontrarse con Dios”. Aquella misionera y aquella primera experiencia transformó mi vida, y yo regresé a casa pensando que únicamente podía vivir la Misión in situ, abandonando mi vida y trasladándome allí; sin embargo, con el tiempo descubrí que podía vivir la Misión también desde mi día a día y en comunidad, la comunidad que me ofrece Misioneros Dominicos – Selvas Amazónicas que me permite seguir con el voluntariado misionero también desde mi día a día.
Por cierto, desde que he comenzado a escribir este artículo, he escuchado ya unas veinte canciones de una playlist de bachata y merengue que me encanta y me traslada a aquel lugar en el que, siempre que regreso, soy feliz: la Misión.
Artículo de Maite, voluntaria de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas, publicado originalmente en el Nº8 de la Revista Selvas Amazónicas