Con qué facilidad se pisan los derechos humanos
Nuestra voluntaria Patricia Rosety, nos da su visión sobre los derechos humanos tras sus experiencias misioneras en la Amazonía peruana, Guinea Ecuatorial y República Dominica. Aún queda un largo camino por recorrer...
Bajo del avión con la misma ilusión que la primera vez. Ilusión y expectación que me ha llevado como voluntaria a varias misiones de los dominicos, a la selva amazónica de Perú, alto y bajo Urubamba y Madre de Dios; a Malabo, en Guinea Ecuatorial; y a El Seibo, en República Dominicana. Países distintos, pero con múltiples cosas en común, sobre todo por las carencias que tienen muchas personas, muchísimas, que viven como pueden con lo mínimo, y recae sobre ellas el abuso de poder de otras. Se ve y se vive, con toda claridad, la vulneración de los derechos humanos y de la dignidad. Están pisoteados en muchas partes del mundo, aunque en unos lugares se ve más que en otros.
Cuando hablamos de ello enseguida recurrimos a la Declaración Universal, del 10 de diciembre de 1948. Declaración en la que se dice: “Todos los seres humanos nacen libres en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sobre el papel queda muy bien, pero la realidad no es esa. No hay nada más que dar un paseo por el mapa y adentrarnos en las noticias.
No sé por dónde empezar porque cada lugar, cada Misión tiene lo suyo. Pero, ahí está la Iglesia, ahí están nuestros misioneros dominicos, para apoyar al débil, al que sufre, para luchar por sus derechos, que no se sientan solos. Tienen una fuerza tremenda y he tenido la suerte de acompañar a algunos de ellos: a Roberto Ábalos y a David Martínez de Aguirre en Perú, en Koribeni y Puerto Maldonado, respectivamente; a Roberto Okón en Guinea Ecuatorial, en Malabo; y a Miguel Ángel Gullón en República Dominicana, en El Seibo. Para ellos, el otro siempre es lo primero.
Si me adentro en la Amazonía peruana me encuentro con la explotación de la selva por nacionales y extranjeros, buscando negocio al precio que sea, sin importar las consecuencias, sean económicas, ecológicas, sociales o de salud, por decir algunas. Hablamos del expolio del pulmón de la tierra, una macrorregión rica en minerales, madera, hidrocarburos, fauna, flora. Unos hacen, otros permiten o callan, y los poderosos se lo llevan tras explotar al débil. Multinacionales, políticos o determinadas administraciones no tienen problema en dejar la selva como un desierto, porque del color verde se pasa al amarillo. Eso pude ver en el alto y bajo Urubamba, cuando fui de voluntariado a Koribeni, y también lo vi en Madre de Dios, cuando estuve en Puerto Maldonado.
Muchas comunidades de indígenas machiguengas, o de otras etnias, han tenido que irse y asentarse en otro lugar porque llegan las multinacionales y los sacan de su lugar. En otras ocasiones los contratan y los llevan a otro tipo de vida, que nada tiene que ver con la suya, donde consiguen más dinero. Una forma de comprar.
Quiero hacer hincapié en la minería ilegal. Ilegal pero repleta de empresas legales. Se puede decir que la vida no vale nada. La vida circula en torno a ella y nadie dice nada. Unos están en ella, trabajan en ella, y otros viven de ella. Nadie denuncia nada. La mayoría de la gente procede de las provincias de la sierra andina. Están un tiempo, hacen dinero y se van, lo invierten en otro lugar. Hay miedo, se ve en la cara. Lo pude comprobar.
Puedo decir que yo no lo tuve, pero sentí el peligro. Lo sentí cuando fui a Huaype, como llaman popularmente a la localidad de Huepetuhe, en Madre de Dios, zona de extracción del oro, con mercurio, y todo el daño que eso supone. Pude ver el miedo que pasaron por mí las misioneras a las que acompañé a dar un taller. Allí no vas, te llevan. Y la gente lo sabe. Les llamaba la atención, por no decir que sospechaban, que allí apareciese una persona tan blanca como yo, y pelirroja. Preguntaban a las misioneras: “¿A qué ha venido la gringuita?”. Con cariño, y su habitual amabilidad, las misioneras responden que “la gringuita es misionera”. Tenían miedo de que fuera periodista y que contase algo de lo que veía y que hiciese alguna foto. Dieron en el clavo, pero no podía decirlo. Meses más tarde publiqué lo que vi.
Fui en calidad de voluntaria misionera, pero mi condición de periodista va siempre conmigo, y así querían que lo viesen. Cuando nos trasladamos en combi de Huaype a Nueva, un pueblo cercano, desde la ventanilla veía un movimiento extraño. Mis ojos, en la lejanía, distinguían un coche rojo y movimiento. Cogí la cámara y acerqué el zoom todo lo que pude. Ya en el ordenador pude ver lo que captó el teleobjetivo, dos personas daban una paliza a una tercera. Eso pasa más de lo que nos imaginamos. Se comprende el miedo en el rostro que tienen muchos. Todos sospechan de todos, tienen miedo unos de otros.
Si me detengo en Guinea Ecuatorial, en Malabo, me encuentro, de entrada, con la falta de libertad. De libertad de expresión. Hay temor al régimen político y nadie se atreve a hablar, nadie se atreve a expresar su opinión. Saben lo que les puede pasar. Y el voluntario tampoco debe hablar, no puedes perjudicar a los misioneros. Ni a nadie. Y la falta de libertad, de libertad de expresión, lleva a muchos otros problemas. No hace falta decir más.
Y si me paro en El Seibo, República Dominicana, veo lo fácil que es que te dejen sin casa y sin tierra. Estuve al lado de esas personas, de los campesinos de El Seibo, de los campesinos de la asociación “Mamá Tingó”, conocidos como los “Peregrinos de El Seibo”, a quienes un terrateniente cubano les quitó su tierra en 2018 porque dice que son suyas. En ese desalojo mataron a un niño de doce años, Carlitos Rojas Peguero. Y quien disparó está en la calle. Me cuentan que allí la justicia funciona con mucha lentitud y con favoritismos.
Desde entonces buscan sin cesar que les devuelvan su tierra. No es fácil. Con el apoyo del misionero Miguel Ángel Gullón hicieron dos peregrinaciones desde El Seibo hasta la capital, Santo Domingo, hasta el Palacio Nacional, 170 kilómetros a pie. Instituciones religiosas, medios de comunicación y muchos ciudadanos se volcaron con ellos. Los políticos no mucho, por no decir nada. Muchas promesas de devolver la tierra, de ofrecer otra, pero nada de nada. Engaños. Los poderosos quieren la tierra de estos campesinos porque es muy fértil, y quieren darles otra que no lo es tanto. En El Seibo no parece difícil quitar la tierra porque lo intentan a la mínima. Y les hacen la vida imposible, como les ocurre en los últimos meses a los campesinos de Magarín, de la asociación “Mi Propio Esfuerzo”. Campesinos que nos dan de comer, porque la tierra da de comer.
Explotación, desalojo de sus tierras, abusos, falta de libertad son algunas de las muestras de vulneración de los derechos humanos en nuestras misiones. Pero, ahí está la Iglesia, ahí están nuestros misioneros dominicos, para apoyar al débil, al que sufre, para luchar por sus derechos y que no se sientan solos.
Estuve al lado de personas que se quedaron sin casa porque una multinacional de la caña de azúcar, Central Romana, arrasó las humildes viviendas de 60 familias, con excavadoras, de madrugada, sin importarles las personas que estaban dentro, niños, adultos o ancianos. Era el 26 de enero de 2016. Desalojo que los frailes dominicos denunciaron en Ginebra ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. El zapato destrozado de una niña, Yeidi, encontrado entre los escombros, simboliza la violación a la dignidad humana. Un zapatito negro del número 29.
Y me quedan los haitianos, que en República Dominicana no tienen derecho a nada. No existen, no les dan papeles. O tienen que “comprarlos” para existir, y con tarifas elevadas. No se entiende que cualquier extranjero pueda conseguir papeles en República Dominicana y los haitianos no tengan ningún derecho. Viven en su tierra, en su isla, una isla compartida por dos países, pero los haitianos no existen. No les dejan vivir con dignidad. Tampoco pueden trabajar con dignidad. Soportan terribles condiciones laborales en los campos de caña de azúcar, similares a la esclavitud, con una mano de obra barata, muy barata. Por todos estos abusos, Estados Unidos prohibió el azúcar de Central Romana en noviembre de 2022.
En todas estas misiones dominicas está la radio. Una radio que sirve para denunciar la vulneración de derechos, para buscar justicia y contagiar esperanza. Para acompañar, dar voz y que escuchen al vulnerado. Lo pude ver en Radio Madre de Dios, en Puerto Maldonado, Perú, y lo pude ver en Radio Seibo, República Dominicana. Dos radios de los dominicos, dos radios llenas de humanidad que transmiten la esencia de la radio.
Tengo la sensación de volver siglos atrás, de ver una película de esclavitud. Pero no, es la realidad del siglo XXI.
Patricia Rosety
Asturiana de Gijón que vive en Madrid. El Periodismo, y la Radio en concreto, es su vida, su vocación. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, es redactora-jefe de Tribunales de COPE.
Compagina su vocación por la radio con su vocación por la misión. Con los misioneros dominicos colabora desde 2013 en sus misiones repartidas por el mundo. Entre ellas, la selva amazónica de Perú, Guinea Ecuatorial y República
Dominicana. Y con anterioridad, en Ecuador.
Recientemente ha sido galardonada con el accésit extraordinario de los premios Padre Gago de la Fundación COPE, por un reportaje sobre la misión de los dominicos en El Seybo, República Dominicana: “El micrófono en el corazón de las personas”. Se trata de contar la verdad. Tal como dijo Jesucristo y nos recuerda el Evangelio de Juan...“la verdad os hará libres”.