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¿Qué está pasando en las misiones dominicas?

Cuidado de la casa común, cuidado de los pobres

Análisis del deterioro ecológico desde una perspectiva de género, por la Hna. Geraldina Céspedes, OP

Mamá con bebé en un batey de República Dominicana, artículo Geraldina

El deterioro de la vida humana y de la vida en el planeta son los dos clamores predominantes en la Laudato si’. Pero la construcción de un nuevo paradigma debe incluir necesariamente la inclusión de género, el ecofeminismo, únicamente así será posible pasar del androcentrismo a una actitud biocéntrica.

El hombre no ha tejido la red de la vida: es solo una hebra de ella.Jefe indio Seattle

 

ESCUCHAR LOS DOS CLAMORES: LOS POBRES Y LA TIERRA

Dentro de los grandes gritos de nuestro mundo, hay dos que constituyen actualmente una profunda interpelación ético-espiritual para la humanidad: el grito de la tierra y el grito de los pobres. Desde hace mucho ya venimos reflexionando y actuando para buscar algunas salidas al deterioro de la vida de los pobres y al deterioro de la vida en el planeta. Sin embargo, muchas veces nuestras acciones y reflexiones no han sabido conectar adecuadamente ambos gritos. Es así como muchas personas y colectivos comprometidos con laEn busca de refugio debido a las inundaciones del Bañado de Tacumbú, Paraguay Artículo Revista Hna Geraldinadefensa de la casa común, no han percibido de qué manera eso implica la búsqueda de relaciones de justicia y de solidaridad con los pobres. Y de la misma manera, muchas personas y organizaciones que luchan por una vida digna para los pobres, a veces han pasado de largo ante las cuestiones de sostenibilidad ecológica.

Pero hoy somos cada vez más quienes tenemos una profunda convicción (teórica y práctica) de que no se puede desconectar la búsqueda de justicia para los pobres y el cuidado de la tierra. Quienes trabajamos de cerca con las poblaciones vulnerables constatamos día a día los efectos nefastos del cambio climático en la vida de los más pobres.

Son ellos quienes primero sufren el impacto de las sequías, de las inundaciones, de la polución, de las altas temperaturas o de la desaparición de especies vegetales y animales. Esto nos lleva a no separar las distintas crisis que atraviesa la humanidad, sino a interconectarlas, pues todas se influyen y se retroalimentan. Así, por ejemplo, la crisis ecológica no es algo aparte de la crisis ética o de la crisis social o sanitaria, sino que todas ellas son distintas caras de la misma moneda.

Refiriéndonos al grito de los pobres y el grito de la tierra, es importante tomar en cuenta lo que señala el papa Francisco en Laudato si’ (n. 139), cuando afirma: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”. Esto implica que, a la hora de nuestros análisis y acciones destinadas a revertir la crisis ecológica, tenemos que preguntarnos siempre dónde están los pobres, qué está pasando con ellos y también cómo contamos con ellos y con su visión para hacer frente al deterioro de las condiciones de vida en el planeta.

ESCUCHAR OTRO CLAMOR DENTRO DEL CLAMOR DE LOS POBRES

Partiendo de la visión holística y sistémica de la crisis socio-ecológica y en la afirmación de la interconexión e interdependencia que existe entre todos los organismos, tal como se puede ver tanto en la Laudato si’ como en las conclusiones del Sínodo de la Amazonía y en Querida Amazonía, es necesario afinar el oído para captar no solamente la complejidad de la crisis socio-ambiental, sino también para percibir otros gritos silenciados y otros sujetos ignorados por los análisis e, incluso, por documentos de la Iglesia: me refiero al grito de las mujeres.

Articular el grito de la tierra y el grito de las mujeres constituye una cuestión ineludible, pues corremos el peligro de hablar del pobre genérico, sin tomar en cuenta que ese pobre sufre violencia y discriminación por otro tipo de condiciones, ya sea por ser indígena, por ser mujer, por su procedencia del ámbito rural o de barrios marginados de la ciudad, etc.

Es por eso, que una de las alertas levantadas por los movimientos de mujeres hoy, está referida a ver la realidad del deterioro ecológicoIrene en el proyecto de arreglo y confección de ropa. Trinidad (Cuba)con las lentes de género. Es decir, considerando que es necesario tejer los hilos de la lucha ecológica con los hilos de las luchas de las mujeres, tal como lo vienen haciendo, por ejemplo, los movimientos de cuño ecofeminista. Se trata de una perspectiva que se pregunta no solo por la conexión entre crisis ecológica y situación de los pobres, sino que lo concretiza en la realidad de las mujeres pobres. Por eso considera que no es posible optar por la defensa de la tierra o hablar de cambio sistémico y de nuevos paradigmas de relación con la naturaleza sin incluir en serio la perspectiva de género.

La razón por la cual se invita a afinar el oído para incluir la perspectiva de las mujeres reside en la constatación de que, a lo largo de la historia, muchos sistemas han caído: se ha dado una sucesión de movimientos políticos de derecha (y algunos de izquierda); observamos tendencias conservadoras y liberadoras en las religiones; hemos tenido revoluciones de distinto tipo (económicas, políticas, científicas, sociales, tecnológicas, etc.); en definitiva, transitamos de un paradigma a otro. Pero en medio de todos esos cambios y transformaciones, hay un sistema que se sigue manteniendo intocable: el patriarcado.

Tomando en cuenta que vivimos en una sociedad mayoritariamente androcéntrica-patriarcal, la clave de género debe ser incorporada por cuanto constituye un determinante estructural que establece condiciones y oportunidades diferentes para mujeres y para hombres. La interacción seres humanos-medio ambiente tiene matices diferentes según el género. Además, el acceso a la toma de decisiones en lo que respecta a políticas socio-ambientales no es igual para los hombres y para las mujeres. Es por eso que muchos movimientos de mujeres consideran que el análisis de la crisis socio-ambiental debe incluir el análisis del sistema patriarcal.

Los distintos síntomas de la degradación socio ambiental, expuestos muy bien en Laudato si’, si los analizamos desde el análisis del patriarcado, revelan cómo esas problemáticas son vividas por las mujeres pobres con un plus de sufrimiento, pues son ellas las que habitan en los lugares más precarios e inseguros del planeta y quienes padecen en carne propia las amenazas que provienen del desequilibrio ecológico. Laudato si’ pone el dedo en la llaga cuando analiza la cuestión ecológica desde la perspectiva de la injusticia y la inequidad planetaria y manifiesta de forma clara cómo los efectos más graves de las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre (LS 48). Pero dentro de los más pobres, entre ellos, están las mujeres. Considerar esta perspectiva de la feminización de la pobreza ayudaría a aterrizar aún más los factores que se analizan, con mucha belleza y profundidad, en la encíclica Laudato si’.

La perspectiva del análisis ecofeminista es una de las que mejor ha articulado el análisis de la crisis socio-ambiental y la exclusión de las mujeres. Dentro de sus aportes más significativos podemos señalar los siguientes:

  1. La percepción de que en el fondo de la cuestión de la marginación de las mujeres y el deterioro medioambiental está la explotación del capitalismo patriarcal.
  2. La existencia de una conexión entre todas las manifestaciones de dominio, especialmente entre el sometimiento de las mujeres y de la naturaleza, de ahí que sostenga que el análisis de la crisis ecológica no toca el corazón de la cuestión hasta que no vea la conexión entre la explotación de la tierra y el tratamiento sexista hacia las mujeres.
  3. Una nueva concepción de la relación entre el ser humano y la naturaleza, denunciando la identificación de la mujer con la naturaleza, tal como lo ha hecho el patriarcado, que ha asociado mujer con naturaleza y sentimiento, y al hombre lo ha asociado a la cultura y a lo racional.
  4. La afirmación de que la teoría y la práctica de los movimientos de mujeres han de incluir la perspectiva ecológica, pero también los análisis de los problemas socio-ambientales han de incluir la situación de las mujeres.

Vivienda en Los Hoyos de Santo Domingo, República Dominicana Artículo Hna. Geraldina RevistaEl ecofeminismo surge como una protesta frente a la apropiación masculina de la agricultura y de la reproducción (es decir, la fertilidad de la tierra y la fecundidad de las mujeres), dos cuestiones que van ligadas al desarrollismo occidental, claramente patriarcal y economicista. Esa apropiación se manifiesta especialmente en estos dos efectos perniciosos: la sobreexplotación de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina.

Ante la situación de deterioro socio-ambiental, que especialmente afecta a las más pobres, necesitamos una nueva manera de pensar el mundo y de interpretar lo humano, poniendo un fuerte énfasis en la relacionalidad y la interdependencia entre todos los seres, como principio fundamental para sostener la vida en la tierra. Colocar esta relacionalidad como principio fundante, podría contribuir a superar las jerarquizaciones y separaciones que establecemos entre naturaleza y seres humanos. Y esto ayudaría a superar los distintos complejos de superioridad que padecemos hoy: de los humanos frente a otros seres, de hombres frente a mujeres, de blancos frente a negros, de nativos frente a migrantes, de mestizos frente a indígenas, de adultos frente a menores de edad, de clérigos frente a laicos, etc.

DOS SALIDAS PARA GARANTIZAR LA VIDA DE LOS POBRES, LAS POBRES Y LA POBRE TIERRA

PASAR DEL ANTROPOCENTRISMO ANDROCÉNTRICO A UNA ACTITUD BIOCÉNTRICA

A lo largo de la historia fue tomando cada vez más fuerza una visión de la naturaleza y del ser humano que llevó a este a considerarla simplemente como una fuente de recursos y como una mercancía. Pero no solo eso, sino que el animal humano adoptó una postura antropocéntrica, considerándose el centro del universo y la criatura excepcional entre todos los vivientes. Colocado por encima de todo lo que existe como un ser especial, se creyó con derecho a dominar, explotar y destruir la tierra. Como señala la Laudato si’: “Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla” (LS 2). Basándonos en este antropocentrismo arrogante, el ser humano se considera la medida y el fin de todas las cosas, ignorando y minusvalorando la sabiduría y los derechos de las criaturas no humanas.

Pero lo más peligroso es que en esta visión, el ser humano ha metido a Dios de por medio, es decir, ha inventado una justificación religiosa: la creencia en un Dios que crea al ser humano como corona y centro del universo y como la criatura destinada a dominar al resto de la creación, interviniendo en la naturaleza sin pedir permiso. Así, el ser humano llega al colmo de despojar hasta al mismo Dios de su creación, negando la convicción primigenia que aparece en muchas cosmovisiones religiosas que afirman que la tierra pertenece a Dios. Seguirá este camino hasta llegar a la expropiación violenta, a la privatización y a la eliminación de otras criaturas (incluyendo a las de su misma especie), a fin de adueñarse de lo que pertenece a todos los vivientes que compartimos la casa común.

Mujer hilando algodón en la selva peruanaLa actual crisis ecológica tiene en su propia base esta imagen egocéntrica y antropocéntrica del ser humano. Laudato si’ señala que uno de los problemas que está a la base de la destrucción de la casa común es la desmesura antropocéntrica de la modernidad y la presentación inadecuada de la antropología cristiana (Cfr. LS 116). En este antropoceno, es decir, esta era geológica en la que la acción humana ha impactado de tal manera que ha cambiado el curso de la evolución de la vida, hemos puesto en peligro a miles de especies. Por la acción humana, en nuestro planeta desaparecen cada día 150 especies. Esta terrible pérdida de la biodiversidad es denunciada en la Laudato si’: “Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre” (LS 33). La intervención del ser humano ha desequilibrado los ecosistemas, provocando una perturbación irreversible en la biosfera; así, el antropocentrismo nos ha llevado a un punto de no retorno.

La visión antropocéntrica no solo destruye la biodiversidad animal, vegetal y mineral, sino la diversidad de la misma especie humana, pues han desaparecido tribus humanas y en la actualidad otras están en peligro, debido a que unos seres humanos que se creen más desarrollados que otros están destruyendo sus hábitats (invadiendo sus tierras, imponiéndoles ritmos de producción y de consumo extraños a su cosmovisión, introduciendo productos y costumbres ajenos a su cultura y enfermedades para las cuales están indefensas). Este es el drama vivido por muchos pueblos que sufrieron los procesos de invasión-colonización y actualmente continúa vivo en la experiencia de muchos grupos indígenas en la Amazonía y en otros lugares del planeta. El ecocidio que estamos viviendo plantea la pregunta de qué es, a fin de cuentas, el ser humano. La respuesta que aflora primero es que somos una especie extraña, pues somos a la vez víctimas y verdugos de la destrucción de la biodiversidad y de nuestra casa.

Pero el antropocentrismo también tiene otra versión, pues al desarrollarse en un marco patriarcal se expresa como androcentrismo. Es decir, quien es considerado el centro del mundo y cumbre de la creación, no es el ser humano sin más, sino el ser humano varón. El sistema patriarcal afirma la superioridad y el dominio de los hombres sobre las mujeres, las cuales son asociadas a la naturaleza (mientras que el hombre se asocia a la cultura y la razón) y , por lo tanto, han de ser tratadas de la misma manera que la naturaleza: hay que conquistarlas, someterlas, adueñarse de ellas, explotarlas y hasta matarlas (feminicidio y ecocidio van de la mano).

No podremos salir del atolladero socio-ecológico en que se encuentra la humanidad sin desmarcarnos de esa mentalidad antropo-androcéntrica. En términos creyentes, necesitamos convertirnos a una nueva visión del ser humano y del cosmos. Este esquema antropo-androcéntrico está incrustado y fuertemente arraigado en las personas y en las estructuras sociopolíticas y religiosas. Pero es posible hacer un éxodo y migrar hacia un nuevo paradigma que garantice la vida de todas las criaturas. La alternativa quizá sea el biocentrismo y la visión espiritual de la tierra, es decir, colocar como centro no a una especie en particular, sino la vida misma, y recuperar la dimensión sagrada de la tierra. Esta resacralización y esta actitud biocéntrica permitirán construir una biocracia, una visión y unas relaciones que incluyan toda la vida de la naturaleza dentro de nuestro sentido de comunidad. Ello supone ampliar nuestra comprensión de la democracia, practicándola no solo entre los humanos, sino también a nivel ecológico y social, de modo que incluya a todos los varones, a todas las mujeres y a toda la comunidad de la vida. Como señala la Hermana Margot Bremer, en estos tiempos de crisis socio-ecológica “la forma política máxima ya no puede ser la ‘democracia’, sino la biocracia”.

Fray Railes acompañando a las personas de la tercera edad en La Habana, CubaTEJER LA ECOJUSTICIA CON EL ECOCUIDADO

Necesitamos cultivar una ética y una mística que tomen en cuenta tanto el compromiso por la justicia socio-ecológica (ecojusticia) como el cuidado de la casa común (ecocuidado). Estas dos raíces alimentarían relaciones nuevas entre los humanos y el resto de la creación. Ecojusticia y ecocuidado han de materializarse en estilos de vida, acciones cotidianas y políticas que nos reorienten a garantizar la vida, no solo de quienes existimos hoy, sino de las futuras generaciones de plantas, animales y seres humanos.

Algo que nos debemos plantear es cómo hombres y mujeres compartimos la tarea del cuidado de la casa común a nivel micro y macro, lo cual es un asunto sumamente importante, ya que debido al desequilibrio en las relaciones de género, incluso los hombres más comprometidos con causas ecológicas, tienden a desentenderse de responsabilidades tradicionalmente consideradas como parte del ámbito de las mujeres.

En los años 80, en el marco de las luchas por la equidad de género y la constatación de la falta de implicación de los varones en cuestiones de la vida cotidiana, surge un interesante debate en torno a dos éticas: la ética de la justicia y la ética del cuidado, cuestión que, desde el enfoque de género, será planteada primero por la filósofa y psicóloga feminista Carol Gilligan.

La ética de la justicia es la ética dominante en las sociedades occidentales que surge a partir de la Ilustración y se ocupa de resolver conflictos de distribución mediante el consenso y buscando que el procedimiento sea justo. El problema de esta ética es que, aunque tiene una pretensión de universalidad, no toma en cuenta a las mujeres, pues se refiere solamente a lo masculino y a lo público, pasando porExcursión del campamento de Koribeni (Perú) donde cultivan plantas medicinalesalto las particularidades y circunstancias de las personas. Al contrario, la ética del cuidado toma en cuenta las particularidades y circunstancias y se basa en la responsabilidad por los demás, partiendo de que todos y todas en el universo formamos una red de relaciones y solo podemos existir dentro de una interdependencia.

Inspirándonos en el pensamiento de Gilligan, podemos decir que para salir de la crisis ecosocial, es necesario que los varones y las mujeres aprendamos a armonizar la ética de la justicia y la ética del cuidado como estilo de vida, como mística y como práctica política. Si la ética de la justicia es insuficiente para sacar adelante a nuestro mundo, cuanto más se ha de aplicar esto a la actual situación ecológica y al descuido de los pobres.

El ecocuidado nos lleva a actuar desde la lógica de gratuidad, el afecto, la humildad, la ecoternura, la inclusión de todos, la defensa de los más vulnerables y el trato reverente y delicado hacia todas las criaturas del pluriverso. Es imposible salvar la casa común y garantizar el equilibrio del ecosistema sin una mística y una ética del ecocuidado que refuercen la corresponsabilidad de los varones y las mujeres en el sostenimiento de la vida en la tierra y en un sinnúmero de detalles de la vida cotidiana que históricamente muchos hombres han evadido. Necesitamos potenciar un ecocuidado compartido por varones y mujeres, pues la tarea de cuidar y salvar el planeta no puede recaer solo sobre las espaldas de las mujeres.

La práctica de la ecojusticia y el ecocuidado no es posible sin un cambio en nuestra percepción de la naturaleza y nuestra percepción de los humanos. Nuestra existencia personal y social necesita un giro, cultivando valores ecocéntricos y abandonando la lógica antropocéntrica que ha llevado a confiar exageradamente en un desarrollo y una tecnociencia que explota y excluye a los más pobres. Nuestra pretensión de autosuficiencia y omnisciencia olvida que los humanos somos los seres más dependientes en el universo, que la naturaleza es sabia y tiene una capacidad sorprendente de regenerarse, de propiciar y sostener la vida de millones de criaturas que habitamos la casa común. Desde una mirada contemplativa podemos descubrir sorprendentemente que las mejores lecciones deCocinando para la comunidad en las fiestas patronales de Santo Domingo de Guzmánecocuidado son dadas por la misma naturaleza.

Para garantizar el cuidado de la tierra, así como de los pobres, necesitamos un nuevo estilo de vida, un nuevo comienzo, tal como nos lo dice la Carta de la Tierra y lo asume la Laudato si’ (cfr. LS 207). Este nuevo comienzo ha de estar marcado por una actitud biocéntrica, de respeto y reverencia ante el misterio de la vida: “Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida”.

La resacralización de la tierra es condición necesaria de una relación no dominadora de la naturaleza. Todos los seres que habitamos la tierra formamos un único y sagrado cuerpo, una red, que solo puede existir en el equilibrio y cuidado mutuo. Necesitamos una espiritualidad que:

●  Nos sitúe en una actitud respetuosa y reverente ante el misterio de la vida.
●  Busque la viabilidad de todas las criaturas y preserve la evolución de todos los procesos vitales.
●  No interrumpa el flujo de la vida.
●  Nos haga caminar con la humildad que da el reconocer que, como decía el viejo jefe indio de Seattle, el ser humano no ha tejido la trama de la vida, sino que es simplemente uno de sus hilos.

Hna. Geraldina, autora Revista n5 cuidado casa comúnHna. Geraldina Céspedes, OP 
Natural de República Dominicana, religiosa de la Congregación de Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario. Doctora en Teología por la Universidad Pontificia Comillas (Madrid). Profesora de Teología en universidades de Guatemala, México y El Salvador. Cofundadora del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala. Forma parte del Foro Mundial Teología y Liberación de la Red Amerindia. Realiza su ministerio teológico y misionero en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, sobre todo en el Área de Mujeres y la Formación de laicos y laicas.


Artículo publicado en la Revista Selvas Amazónicas nº 5 Cuidado de la creación. Puedes apoyar la labor de Misioneros Dominicos-Selvas Amazónicas y leer entrevistas y artículos tan interesantes como este suscribiéndote a nuestra Revista