… Dios siempre está despierto
Desde El Seibo, continuando con el artículo del mes de noviembre “Aunque el diablo nunca duerme…” nos encontramos numerosas razones para afirmar que Dios vela siempre por nosotros.
Continuando con el artículo del mes de noviembre, “Aunque el diablo nunca duerme…”, nos encontramos numerosas razones para afirmar que Dios vela siempre por nosotros. Y más en este tiempo de Navidad donde el Emmanuel (Mt 1, 23), el “Dios con nosotros” da sentido a nuestra vida. En medio de la pandemia nos fortalece la esperanza de saber que Dios está siempre con nosotros, sobre todo en este tiempo tan difícil que nos toca vivir.
Jesús se hace presente de forma especial en cada uno de nuestros corazones llevando una vela que simboliza a tantas personas que el Covid ha apartado de nosotros físicamente. Jesús nos consuela y alienta diciéndonos que nuestros familiares y amigos difuntos gozan de una vida bienaventurada junto al Dios de la vida. Damos gracias a Dios y a los investigadores por la vacuna que pronto nos permitirá abrazarnos como la pasada Navidad. Por eso, valoramos más ahora el valor del encuentro, del compartir, de la fraternidad que nos habla el Papa Francisco en su última Encíclica “Fratelli Tutti” donde reina el respeto y las mejores costumbres: “muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común” (FT 22).
Navidad es lavida en plenitud, es la ternura de un Dios que sufre las heridas de quienes son marginados por nuestra sociedad dominada por el mercado. Navidad es la máxima expresión de la dignidad, de la imagen divina, del mayor acontecimiento salvífico de la historia pues Dios siempre nos cuida y protege de todo aquello que nos hace daño. Francisco, fiel observador de nuestra sociedad, nos comparte su reflexión:“observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT 18).
Aún así es posible creer en el hombre, en su esencia pura y genuina, creado por amor. Pese a todos aquellos que vaticinan calamidades es más fuerte la utopía del paraíso que Jesús nos promete en el momento más amargo de la cruz.
Recordemos con agradecimiento aquella primera Navidad en la que los pastores, junto a María y José, contemplaron la encarnación de Dios en un niño inocente nacido en un humilde techo. Desempolvemos la historia de aquel Adviento de 1511 cuando la primera Comunidad Dominica denunció las violaciones a la dignidad de los moradores de la isla La Española proclamando: “¿Éstos no son hombres, no tienen almas racionales, no son dignos de tratarlos como a ustedes mismos?”. De ese grito nació la vida, se conmemoró la auténtica Navidad que sueña con un mundo más justo y fraterno, pues se dijo y se repitió bien claro a los colonizadores que los tainos eran personas y éstas más importantes que el oro. El eco de esa voz sigue resonando en la tierra y los océanos gracias a Francisco: “reconozcamos igualmente que, a pesar de que lacomunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”(FT 24).
Fr. Miguel Ánguel Gullón, OP