El pluralismo cultural y la experiencia del Espíritu
Análisis de la relación entre Cultura y Religión desde la filosofía de la interculturalidad
La experiencia de décadas recientes nos demuestra que habitamos un mundo que ofrece una imagen extraordinariamente diferente de la vivida cuarenta años atrás, y la conciencia de esa variedad es el resultado de la apertura de grandes barreras informativas, comunicativas, físicas y culturales. Esta apertura de barreras, debido a la aceleración tecnológica de los medios, ha transformado radicalmente nuestras percepciones y vivencias en lo relativo a nuestras formas de vida, tanto al interior de nuestras comunidades nacionales como a la relación de éstas entre sí, generando un mundo global en sus dimensiones y culturalmente más interdependiente.
¿Es posible un diálogo y una misión en un mundo así? Estas modificaciones constituyen un manantial de riqueza para nuestros países, pero también generan preocupaciones y tensiones. Las naciones que se asientan sobre los cimientos de la diversidad étnica y la inmigración, se hallan entre las más dinámicas del planeta, pero este dinamismo es acompañado con frecuencia de acciones discriminatorias, rechazos étnicos, muros separadores y otras formas de violencia y rechazo.
El mundo es un inmenso mosaico de matices y nuestros países, nuestras provincias y nuestras ciudades se van haciendo a imagen y semejanza del mundo. Lo que importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; lo que importa es saber cómo vivir juntos y cómo convertir nuestras divergencias negativas en polaridades dialógicas. Vivir juntos no es algo que surja espontáneamente del interior de las comunidades, especialmente cuando las diferencias económicas, sociales, culturales y religiosas son cualitativa y cuantitativamente tan importantes. La reacción espontánea suele ir más bien acompañada del miedo y el rechazo al diferente. Superar ese miedo precisa una labor prolongada de educación, de sensibilización al reconocimiento de las vulnerabilidades ajenas, de solidaridad humana y un esfuerzo añadido de diálogo intercultural.
Nos hemos de repetir unos y otros hasta la saciedad, que la identidad de un país no es una página en blanco en la que se puede escribir lo que sea, ni tampoco una página ya escrita y cerrada. Es una página que estamos escribiendo: existe un patrimonio común —instituciones, valores, tradiciones, formas de vivir— que todos y cada uno profesamos; pero también debemos sentirnos libres de aportar nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes es hoy la tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura.
LA RELACIÓN ENTRE CULTURA Y RELIGIÓN
Lo decía H. Küng, “no habrá paz entre las naciones mientras no haya paz entre las religiones”. Decíamos anteriormente que la misión de la cultura era responder a las preguntas esenciales, y esas interrogantes no pueden ser abordadas sin el recurso de la religión. El mundo se ha convertido en una gran comunidad de vecinos y las influencias e interdependencias no son evitables. De ahí la importancia de la interculturalidad.
La interculturalidad es una tierra de nadie, es utopía en el sentido más sociológico, está entre dos (o más) culturas. Es problemática también, porque cuando abro la boca, en efecto, me veo obligado a utilizar un idioma concreto, con lo cual caigo de lleno en una cultura particular; estoy en una tierra que ya es de alguien, estoy en mi cultura, cultivando mi tierra, mi lenguaje. Y, si por encima de ello, debo hacerme entender, forzosamente ingreso en una tierra común a todos nosotros. Cada cultura, en este sentido, podría describirse como el horizonte de sentido de una colectividad en un determinado momento del tiempo y del espacio: es aquello que hace plausible, es decir creíble, el mundo en el que vivimos o estamos.
Esto explica la flexibilidad y la movilidad de este espacio englobante que es una cultura. Cada cultura posee, en efecto, una visión del mundo y nos hace patente en cada caso el mundo en el que vivimos y en el que creemos estar, segrega su autocomprensión y, con ella, los criterios de verdad, bondad y belleza de todas las acciones humanas.
Dicho más académicamente: no hay universales culturales, quiero decir, no hay contenidos concretos de significación válidos para toda cultura, para la humanidad de todos los tiempos. No puede haber universales culturales porque es la misma cultura la que hace posibles (y plausibles) sus propios universales.
No hay universales culturales. Pero ciertamente existen invariantes humanos. Todo ser humano ama, come, duerme, pasea, habla, se relaciona, piensa, etc. Pero el modo cómo en cada cultura se interpreta, se vive y se experimenta cada una de estas invariantes es distinto y distintivo en cada caso.
Es innegable que en determinados momentos de la humanidad hay mitos que adquieren mayor universalidad que otros, pero aún en estos casos la manera como suelen interpretarse es distinta. “No matarás” puede ser la formulación de un mito universal abstracto que hoy día todos interpretamos como condenando la agresión física y la violencia, pero la creencia real en un “no matarás” absoluto dista mucho de ser universal. El respeto cultural exige respetar aquellas formas de vida con las que no estamos de acuerdo o que incluso consideramos perniciosas. Podremos tener hasta la obligación de combatir aquellas culturas, pero no podemos elevar la nuestra a paradigma universal para juzgar a las demás. Este es el gran desafío del pluralismo y uno de loscimientos de la interculturalidad.
Una filosofía intercultural nos podría mostrar que otras civilizaciones, sin negar sus aspectos negativos, han tenido otros mitos que les han permitido una vida plena, evidentemente para aquellos que han creído en ellos. Pero aquí debemos añadir de inmediato que no se trata en manera alguna de idealizar el pasado o de ver sólo los aspectos positivos de las otras culturas. Y es esto precisamente lo que nos lleva a la interculturalidad.
La pregunta inicial, aunque se pueda formular de maneras distintas, más o menos se podría sintetizar en esto: ¿cómo es posible pensar juntos acerca de estas diferentes realidades, de forma que la reflexión tenga sentido, sea comprensible para todas las partes y, al mismo tiempo, permita enriquecer con ella la fe y la cultura de todos los que intervienen en el diálogo?
Fr. José Ramón López de la Osa González, OP
Extracto del artículo publicado en el Nº 2 de la Revista Selvas Amazónicas: Los lenguajes de la religión.
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