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NOTICIAS DE MISIONEROS DOMINICOS

¿Qué está pasando en las misiones dominicas?

Entrevista a Manuel y Almudena: Lo fundamental es ser testigos del Amor de Dios. Segunda parte

Testimonio del matrimonio misionero seglar recogido en la Revista Nº8 Laicado, caminando juntos

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Entrevista a Almudena (química, natural de Madrid) y Manuel (médico, natural de Salamanca), matrimonio que ha trabajado en la Amazonía peruana como misioneros seglares desde 1981 hasta 1996. En esta entrevista nos transmiten su testimonio que demuestra de forma viva e impactante la fecundidad del Amor de Dios. Puedes leer la primera parte en este enlace.

 

P: Volvamos a la realidad. Perú, años 80 y 90, quizás la época más crítica en la historia de este país, ¿cómo ha impactado esto en la realidad sanitaria de la Amazonía?, ¿cuáles eran los aspectos más impactantes?

R: Lo más duro sin duda alguna fue la muerte de los niños, la muerte de los bebés. Cuando alguien nos dice “pero aquí también hay mucha necesidad”, siempre contesto lo mismo: “¿conoces a alguien que sin haber salido de España haya apachurrado contra su pecho los cadáveres de niños fallecidos por desnutrición?”. El problema fundamental era la desnutrición, y sobre eso, todas las demás patologías.
En el año 84 nacieron 34 niños en la Misión, incluida nuestra hija María Jesús. En el cementerio de Sepahua, a un lado estaban los adultos, y al otro los niños identificados con una cruz blanca. Al año había 17 cruces blancas nuevas, habían fallecido el 50 % de los niños que habían nacido.
Hubo una epidemia de tosferina muy fuerte, que además corrió por el río porque había elecciones y hubo muchos desplazamientos de gente. La tosferina se llevó a mucha gente por delante. Fue una época de mucho cambio y movimiento, pero también de enriquecimiento mutuo, porque todas estas dificultades te motivan y te dan más fuerza, te impulsa a buscar medios.
Viviendo esa realidad de epidemias bíblicas, vimos morir muchos niños y adultos, ancianos y ancianas, bisabuelos con 60 años agotando sus días. Y simultáneamente veías el enriquecimiento de las multinacionales extranjeras, en concreto de las petroleras o telefónicas, con un poderío inmenso de capital, de dinero, arrasando todo lo que fuese, creando una nueva esclavitud.
En los 90, nos fuimos a Puerto Maldonado, la realidad era diferente, no tenía nada que ver con Sepahua. La inflación era grandísima, de la noche a la mañana, de un día para otro, una subida enorme de los precios,
incluso de la mañana a la tarde. Cuando nos daban la asignación, lo primero que hacíamos era ir a comprar todo lo que sabíamos que íbamos a consumir en el mes (aceite, arroz, huevos, patatas, azúcar), excepto el pan que lo comprábamos cada día y a veces no nos llegaba.
En el año 92, se pone en práctica el proyecto de salud más ambicioso, el Proyecto Integral de Salud de la Amazonía Peruana (PISAP), en el que vosotros participáis de forma destacada. Cuál ha sido vuestro papel en este proyecto y qué repercusiones ha tenido en la realidad sanitaria del Vicariato.
Ya existía desde décadas anteriores la RESSOP (Red Escolar de la Selva del Sur Oriente Peruano) que consiguió un convenio con el Ministerio de Educación para llevar la escuela a los lugares más recónditos. En la Sanidad, quisimos hacer eso mismo desde el primer momento, pero fue imposible llegar a un entendimiento con el Ministerio de Sanidad. Había mucho trabajo sanitario hecho no articulado, en Sepahua, Kirigueti, Quellouno, Koribeni, Puerto Maldonado, Quillabamba, Mazuco...
Tuvimos la grandísima suerte de que Pep (Antonio José Rullán Colom), que había trabajado cinco años de médico en Kirigueti, empezó a trabajar como director de Proyectos en “Medicus Mundi Navarra”; propuso que, en vez de hacer pequeños proyectos en cada lugar, hiciésemos un gran proyecto unitario de salud para todo el Vicariato, el PISAP (Proyecto Integral de Salud en la Amazonía Peruana).
En ese contexto conocimos a Fernando Carbone, que se enamoró de este proyecto y lo dirigió durante muchos años. Todo esto supuso un antes y un después consolidándose la acción en salud de nuestra Iglesia local. El PISAP consiguió que todo el trabajo de salud se consolidase y fuera asumido por el Ministerio de Sanidad.

P: Una segunda pausa: ¿qué significa para vosotros la figura de Monseñor Larrañeta, obispo del Vicariato en esas décadas?

R: Vamos a plantear dos aspectos, el personal y el institucional. En lo personal podemos decir que fue un flechazo mutuo, nos quedamos enamorados de su personalidad, de su forma de ser y creemos que fue recíproco. Le conocimos en el estudiantado de Sotomayor en Salamanca y fue todo muy fácil, pero también muy exigente. Nos dijo: “no os quiero estudiantes ni licenciados recién graduados, os quiero trabajando y ganando un sueldo, tampoco os quiero de novios ni recién casados, os quiero con una experiencia de vida matrimonial..., cuando tengáis esto, me lo volvéis a decir”.
Y así nos tuvo casi un año más hasta que cumplimos todos los requisitos, porque entonces no había cursos de voluntariado. Cuando le dijimos que nuestra intención lógicamente era formar una familia y que de qué íbamos a vivir, la respuesta no pudo ser más clara y rotunda: “Os necesito vivos y sanos, ni enfermos ni muertos me servís para nada”, ese fue nuestro contrato de trabajo.
En lo institucional fue abrir los ojos y el corazón a otra Iglesia que ya habíamos intuido a través de las cartas de Alberto, el escolapio, y de la Teología Moral de Rafael, el dominico. Una Iglesia viva, vibrante, fue ponernos en contacto con los misioneros, que se dejan la piel y el corazón día a día, su abnegación y servicio. Trascender el Amor de Dios, es lo más importante en esta Iglesia de Perú, eso está muy por encima del rito. Lo fundamental es ser testigos del Amor de Dios. En cuanto a la organización eclesial, era una jerarquía no jerárquica en la que todos contábamos, una escucha, un servirnos unos a otros. En las Asambleas de Vicariato todos, frailes, monjas y laicos participábamos intensamente.

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P: Hay otros muchos profesionales de la salud, españoles y peruanos, que a través del proyecto PISAP trabajan con vosotros en el Vicariato, ¿podéis recordarnos algunos de ellos?

R: Ya hemos hablado de Fernando Carbone, el médico que hizo posible el desarrollo concreto del PISAP en tantos lugares, y a su lado Esther Corrales, economista y misionera seglar, cuyo papel fue muy relevante, porque para hacer este trabajo hace falta cabeza y corazón, y ella puso las dos cosas.
En Sepahua, estuvimos desde el principio con la madre Asunción Guerrero, misionera dominica del Rosario, enfermera, que nos enseñó a dar los primeros pasos y junto a ella formamos como auxiliares a Clara (de la etnia piro) y a Marisol (de la etnia amahuaca), que a día de hoy siguen allí.
Al inicio del PISAP vinieron María Jesús, Magdalena y Teresa, y después quedaron Gerardo y Tania. Pero antes, hubo mucha gente dedicada a la salud en la Misión, que fueron los precursores y caldo de cultivo del PISAP: en Sepahua, Marce, Milagros y María Jesús. En Kirigueti, después de María José y Pep, que formaron a Eugenia y Josefina de la etnia matsigenka, quedaron Arturo y Rocío. Nosotros nos fuimos a Puerto Maldonado y allí el equipo lo formamos junto a la madre Virginia Garavito (dominica del Rosario, enfermera), Teresa Coello (auxiliar de enfermería) y “Mañuco” (el administrativo). La lista de nombres de todos los que formamos el proyecto sería interminable.

P: Es momento de evaluar la experiencia. Habéis dado mucho en beneficio de las poblaciones amazónicas y de las propias misiones, pero cuánto habéis recibido, cuáles han sido las mejores lecciones aprendidas por vosotros, como profesionales de la salud, como misioneros y como padres de familia.

R: Nosotros siempre decimos que lo del ciento por uno es una realidad en todos los aspectos. Hemos tenido una familia tan amplia que siempre estábamos rezando unos por otros, misioneros seglares, nativos... es una riqueza inmensa. Luego en lo espiritual, a nivel de vivencia de fe, el sentir a Dios en cada persona.
Como profesionales, cada paciente, un libro nuevo para estudiar, cada preparación al microscopio, un nuevo reto, fue un aprendizaje y un desarrollo extraordinario día a día para ambos y también pudimos enseñar a otros. Todo ello con un solo fin, como dijo María Jesús cuando tenía 4 años a uno de los profesores de la universidad, cuando volvimos  a España de vacaciones por primera vez: “mi mamá mira las cacas al microscopio para que mi papá cure a los enfermos”. También nuestros hijos enfermaron, y alguna vez gravemente, pero no murió ninguno; sin embargo, los hijos de nuestros vecinos sí murieron.
Como misioneros aprendimos a traducir el Padrenuestro en el Hermanos nuestros, cuando había en Sepahua, había para todos, cuando no había, no había para nadie. No se podía pensar que hubiera para unos sí y para otros no, o para todos, o para ninguno.
El testimonio para transmitir la Fe es fundamental, el que das y el que recibes, como el de aquella niña gravemente enferma que escondía la mitad de la comida que le dábamos para llevársela a su hermanito; o el de aquel otro joven que cinco días antes de morir le decía a la enfermera: “Señorita, cuídame bien, que dentro de poco seré yo quien cuide de ti”. Allí, como no hay tanta contaminación, se ve y se escucha mucho mejor la voz de Dios.

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P: Más allá de todo lo aportado y recibido, regresáis a España con el mejor regalo posible, vuestros hijos, contadnos algo de ellos, ¿quiénes son y cómo les va a estos jóvenes peruanos apellidados Martín Barcala?

R: Esos jóvenes se llaman María Jesús (39 años), las gemelas Rosa y Teresa (36) y Antonio (33), todos casados y ya tenemos tres nietos y uno más en camino. Ellos nos catequizan día a día con sus vivencias de fe, con sus compromisos con los más vulnerables. Sus modelos de religiosos comprometidos son los misioneros con los que hemos vivido.
A nivel familiar, transmitimos lo dicho por nuestros hijos: “desde pequeños, han ido mamando un estilo de vida, una vivencia de fe, una vocación de la que no han sido conscientes hasta mucho más mayores”. “La Misión impregna tu infancia, los valores que asimilas de niño, esos primeros años en un ambiente tan distinto, tan de Misión, con tantas cosas que no tienes, pero que no las necesitas... Todo eso marca”. “Los misioneros, religiosos y laicos, forman parte de nuestra vida desde pequeños y eso nos ha acompañado”.

P: ¿Qué supuso para vosotros regresar a España?¿Cómo afrontar vuestro futuro familiar y profesional tras esta experiencia misionera?

R: La vuelta a España fue dura, la verdad. Fue el montaje de las piezas de un puzle que se juntaron y decidimos volver después de 15 años. Entre estas piezas estaba el agotamiento físico y psicológico de Manolo, llevaba 15 años pendiente de los enfermos 24 horas al día, y con 4 hijos no era posible tomarse un año sabático. En este sentido, el compromiso de los laicos puede ser más exigente que el de los religiosos.
Nuestros padres eran cada vez más mayores, y aunque no lo explicitaban, sentíamos que querían estar con nosotros. Algunos amigos nos decían: “¿qué estás esperando, a que ya no te conozca tu padre cuando vuelvas?”. Familia y amigos, gente muy querida nos insistían en que nosotros habíamos elegido la Misión, pero no se la podíamos imponer a nuestros hijos. También ofrecieron a Manolo presentar su tesis doctoral para poner por escrito todo el trabajo que habíamos hecho allí. Todas las piezas encajaban y era el momento de regresar.
A nuestros hijos les convalidaron curso a curso la Primaria, y la tesis fue un éxito, pero lo que nos esperaba fueron 14 meses en paro en los que salimos adelante gracias a todos los apoyos de familiares y amigos. Manolo rezaba una y otra vez: “Diosito, que estamos haciendo el ridículo, Tú y yo, si esto es lo que te espera a la vuelta, ¿quién se va a querer ir a Misiones?”.
Nos tocaba empezar de nuevo, y tras muchas horas de “terapia articular”, de codos delante de los apuntes y de rodillas delante de Dios, todo se arregló. Tras la tesis, un nuevo MIR y unas oposiciones con plaza fija de médico del Insalud, el panorama cambió radicalmente.
Nuestros hijos tenían ese sentimiento de extranjeros, de ser conscientes que en Perú eran españoles, hijos de los misioneros, y aquí eran peruanos. Eso les ha servido para decir que su localización espiritual no es peruana o española, sino mundial. Les ha ayudado a tener una mentalidad más abierta, tomaron conciencia de la excepcionalidad de su infancia en Perú. Tanto ellos como nosotros necesitamos un tiempo de adaptación, pues no era fácil compartir aquí lo que allá habíamos vivido.

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P: Para concluir, tenemos en Selvas Amazónicas y otras entidades dominicanas un buen grupo de voluntarios, algunos de ellos con verdadera vocación misionera, ¿qué les aconsejáis?, ¿cuáles creéis que son las claves para que esta vocación de servicio se convierta en una experiencia de vida enriquecedora?

R: Yo comenzaría diciéndoles que son unos grandísimos afortunados por tener los encuentros de preparación. Y les diría lo que Mons. Larrañeta nos dijo a nosotros: “al principio: ver, oír y callar”. Cuando llegas eres un ignorante, no conoces, no sabes. Por mucho que te hayan contado, hay muchas cosas que puedes no entender. Hasta que no lo vives no eres consciente, tienes que ser muy respetuoso con lo que encuentras. Y luego puedes ir hablando, sugiriendo.
Lo primero es plantearte: ¿qué pinta Dios en tu vida?; y ¿en dónde te vas a meter? A veces es triste que algunas personas que tienen esa sensibilidad, con el ser humano y con la justicia, se han orientado a una institución religiosa sin que ellos se identificaran con lo religioso y en algunas ocasiones eso ha sido un error. Por eso siempre le pido a Dios el don de la buena ubicación. En este contexto de laicos comprometidos, tratar de buscar el contexto institucional en el que mejor puedas estar.
Pero si resulta que Dios sí pinta algo en mi vida, poco o mucho, o si estoy buscando, no hay mejor recomendación que dejarse querer, abandonarse a Dios, Él te va a llevar por buen camino, que tu vida sea servicio. El testimonio del amor siempre queda.

Muchas gracias, Almudena y Manolo, porque vuestra vida es Misión, por reflejar el Amor de Dios, por vuestra entrega y servicio con todos los que tienen la suerte de teneros cerca, gracias porque vuestra Vida habla bien de Dios.