“Fui forastero y me hospedaron” (Mt 25,35)
“La camiona” es una injusta realidad que viven las personas más empobrecidas y que nunca se había visto antes en la provincia de El Seibo, República Dominicana
Una de las imágenes que más pena, rabia e impotencia me han ocasionado en estos últimos meses es la de una tremenda injusticia y barbarie que nunca se había visto en la provincia de El Seibo. Me refiero a “la camiona” o el camión de la Dirección General de Migración que se detiene en mitad de una calle y sube a la fuerza a las personas de color más oscuro que se encuentra, tengan o no documentos de identidad en su mano. Normalmente son trabajadores del campo y de la construcción que no cargan consigo un documento por temor a perderlo o que se dañe por la humedad, el polvo y el sudor. Pues bien, este camión cárcel-jaula, inhabitable e inhóspito por dentro, se llena hasta el límite de personas que llevan años trabajando, han formado una familia y sólo conocen la tierra seibana porque nunca han pisado la tierra de sus ancestros al otro lado de la frontera.
Cada cierto tiempo, cuando la tensión es más fuerte, viene “la camiona” y se lleva a cuantos forasteros se encuentre sin importar si hay niños o ancianos para llevarlos a Haití, un país del que no conocen ni siquiera la lengua porque aquí les ha dado vergüenza de aprenderla. Todavía me emociono cuando recuerdo lo que me contaron unos niños que viven en una cloaca de El Seibo donde su casa se les quemó y con la ayuda de Selvas Amazónicas se les levantó de nuevo. Pues a los pocos días, en la madrugada, llegaron varios policías al sector para subir a “la camiona” a todos. Los niños, junto a sus papás, se acurrucaron de miedo esperando lo peor, pues no tenían documentos de su proceso de regularización al habérseles quemado también. Gracias a Dios, a escasos metros de su casa, los policías se dieron la vuelta.
Estas personas que son apresadas han vivido con el miedo a que algún día les pasara esta situación y lo que más les-nos duele es ver a sus familias que sufren el desagarro de un ser querido que les brinda amor, les da el alimento y medicina cada día y sostiene los trabajos de los empresarios de la provincia. Algunos cuentan cómo por el camino les dicen que eso se puede “manejar” y buscan de donde no tienen, fiao a altos réditos, para poder salir de las inhumanas cárceles de la Migración en la capital antes de dejarlos a su suerte más allá de la frontera.
No sabemos cómo Dios mira esta sangrante realidad. Mejor dicho, sí. Su voluntad se encamina según la parábola que nos narra el evangelista Mateo: “Fui forastero y me hospedaron”. No hay vuelta de hoja, ni paños tibios que nos dejen indiferentes ante estas imágenes que cada día son más habituales en todos los rincones del país. Ah!, no por todos los lugares pasa la camiona! En los bateyes donde viven los braceros del Central Romana o del Grupo Vicini tienen orden expresa de no entrar. De otra forma qué esclavos picarían la caña de azúcar de sol a sol en las condiciones más infrahumanas. El batey es el único lugar donde “los forasteros se sienten seguros” y, a veces, muy agradecidos a las citadas empresas y terratenientes que los protegen. Pero que, cuando ya no pueden seguir picando porque sus manos encallecidas y deformes han dejado de tener la fuerza que derrocharon en los cañaverales desde que eran niños, son obligados a abandonar los barrancones donde pasaron la mayor parte de su vida.
Todos los gobiernos se han visto comprometidos con el Central Romana y el Grupo Vicini porque les deben todos los favores económicos que les facilitaron. Es voz común escuchar que las elecciones se ganan con dinero tanto para pagar la campaña electoral como para los clientelismos políticos. Por eso «nunca les importó el color del gobierno al que prestaran dinero, siempre y cuando le rindiera pleitesía. El Estado, al carecer de liquidez, les pagaba con tierras, un método de pago que les permitió amasar ingentes cantidades de suelo»¹ .
Fray Miguel Ángel Gullón, OP, desde la Misión de Santa Cruz de El Seibo en República Dominicana
¹R. MARRERO ARISTY, Over, Taller, Santo Domingo 200121, p. 77.