La Dignidad en las cárceles de República Dominicana
Desde el recinto penitenciario Gral. Pedro Santana en El Seibo nos acercamos a la difícil vivencia de la dignidad humana, entre quienes sienten que “lo único parecido a la muerte es estar aquí”.

Desde fuera un edificio encerrado, el límite físico y psicológico que representa esta institución, no poder ingresar, sin parar libremente en la entrada de la cárcel pública, donde se vive una realidad muy diferente, triste y precaria.
Una cárcel construida originalmente para 150 reclusos, y que actualmente alberga 946 internos. La cifra puede variar ligeramente, en su momento incluso llegó a albergar un pabellón para internas. Todos ellos, a través de tormentosos incidentes rutinarios, escriben sus días como lamentables, por su paso y a veces estadía permanente en este centro del viejo modelo penitenciario, donde la lucha continua, gana el pulso a la esperanza.
Pensamos y sentimos pesar por quienes están allí, pero a la vez les olvidamos, pues nos falta adentrarnos más en esta difícil realidad, nos falta sentir, pensar que han perdido tanto como personas que incluso han perdido hasta su dignidad.
La dignidad es ese derecho natural que nos pertenece como seres humanos desde el nacimiento. Pareciera que todos deberíamos ser seres dignos, respetados y con igualdad en derechos, pero tal parecer está lejos de la realidad. Casi siempre las noticias son desalentadoras, ellos perdidos en el interior de esas paredes, sea cual sea el origen del incidente donde pierden más que la vida, inclusive hasta su identidad.
Difícil pensar en un cambio de vida, pensar siquiera que a través de los muros exista algo mejor cuando has perdido el derecho a lo indispensable, cuando el acceso a lo básico debe ser de pago inmediato, pues el hacinamiento es palpable y la falta de ilusión se denota en los rostros de una gran mayoría.
Cuando perdemos valor como persona, hemos perdido la dignidad y ante esto es visible la indiferencia y falta de empatía de autoridades y ciudadanos comunes con individuos que prácticamente están resignados y sin ninguna motivación (esperanza).
“Lo único parecido a la muerte es estar aquí”, me decía un interno que aún no cumple sus 25 años. Y es que no sabes de qué se trata estar aquí hasta que no lo vives, es muy difícil entender una realidad que nunca te ha tocado, pareciera que te has perdido y nunca regresaras. Cuando estás aquí no votas (derecho al sufragio) y ya no vales, “no cuentas para ellos”, en opinión de algunos internos.
Cuando perdemos valor como persona, hemos perdido la dignidad y ante esto es visible la indiferencia y falta de empatía de autoridades y ciudadanos con individuos que prácticamente están resignados y sin ninguna esperanza.
Se sienten degradados a su máximo nivel, recibiendo insultos de cualquier tipo y recordándoles frecuentemente por qué están ahí. El sistema de vida al cual deben adaptarse los transforma, aunque estén allí de paso, de cualquier manera, bajo tales circunstancias es muy difícil que puedan pensar en reivindicarse.
“Aquí se trata de sobrevivir”, me contaban en una ocasión y la verdad es que hay muchos que no lo logran. Los motines o los incendios provocados son muchas veces la única forma para visibilizarse, para que se refleje en los medios de comunicación la situación de muchos de estos centros penitenciarios y casi nunca alcanzamos a saber qué es lo que realmente ha ocurrido, muchos familiares jamás vuelven a ver a sus seres queridos.
La media de edad de la población carcelaria en República Dominicana es muy joven, un 75 % se sitúa entre los 18 a 40 años. Es un dato muy lamentable y en el que evidenciamos que nuestra juventud está a la deriva, y es que después de ver tres hermanos internos de una misma familia, nos toca reflexionar como seres humanos, como familia y como sociedad, cómo de culpables somos todos. Estamos ante un sistema que no les está permitiendo más que resistir allí, muchas veces pensando en aquello que quieren conseguir, sin importar cuál sea la vía para ello.
Cualquier tiempo dedicado a ellos es muy valioso, una comida en Navidad, un día del padre, basta para reconocer esa sonrisa en rostros llenos de anhelo y ese deseo de pertenecer. Muchas veces evitan ser vistos por algún visitante, pues han sido tan menospreciados que han perdido su autoestima, hasta este grado. Necesitan que se les tome en cuenta, recordar a qué saben ciertos alimentos, o uno que otro gesto de amabilidad que ayude a olvidar el ambiente de hostilidad en el que viven.
Nuestro cambio debería ser similar al que deben experimentar ellos, debemos reivindicar nuestra actitud ante los privados de libertad, tanto en su posición dentro del centro penitenciario como en su posterior reinserción social, pues allí es en donde estigmatizamos ese ser humano que trata de integrarse y ser aceptado en los diferentes ambientes sociales.
Cualquier tiempo dedicado a ellos es muy valioso, una comida en Navidad, un día del padre, basta para reconocer esa sonrisa en rostros llenos de anhelo y deseo de pertenencia. Olvidemos al pecador y sus pecados y hagamos ejercicio de misericordia, valorando la dignidad del ser humano.
Conocemos muchos testimonios de hombres y mujeres que han sido liberados tras largas condenas y estos no han tardado ni tres meses en volver a ser detenidos, muchas veces deliberadamente, pues en sus propias palabras “ya no tienen lugar en la sociedad”, se les tacha y no se les dan oportunidades. A veces sufren este rechazo de parte de su propia familia y esto los lleva a entender que ya solo saben desenvolverse dentro de un recinto penitenciario.
Hemos logrado ligeros avances, pues algunos programas les dan la oportunidad de estudiar aun estando recluidos en la cárcel, y esto les da una motivación extra. Desde la iglesia y desde grupos como el de la Pastoral Penitenciaria, sin dejar de mencionar otras denominaciones religiosas que también brindan su apoyo, debemos entender que es nuestro compromiso como cristianos dar la mano al más desfavorecido, a los rechazados y lograr concienciar al resto de la población para cambiar su actitud hacia ellos, pues muchas veces lo que predicamos no es lo que hacemos y cuando lo hacemos lo condicionamos.
Hay más alegría en dar que en recibir. Olvidemos al pecador y sus pecados y hagamos ejercicio de misericordia, valoremos la dignidad del ser humano, tratémoslos como nuestros hermanos, ya que no estamos exentos de caer en una situación similar y llegar a experimentar lo mismo. Y pidámosle a Dios que nos ayude a ser más empáticos y acercarnos al prójimo.
Artículo escrito por: Dilcia Leidiana Morales Cordero, Arquitecta