La educación desde la familia
Los padres como primeros educadores: responsabilidad y protagonismo de la familia en el proceso educativo, por Fr. Juan José de León Lastra, OP
Cuando los misioneros y misioneras dominicos se encuentran ante pueblos, como los originarios de la Amazonía peruana, se habrán preguntado: ¿por dónde empezar la evangelización? En aquella época como en las anteriores, se orientaba la evangelización hacia el bautismo, a hacer cristianos. Pero la pregunta se mantenía: cómo transmitir la catequesis prebautismal.
Ante esta inquietud, la primera pregunta fue: ¿cómo hacerse entender con idiomas distintos y en ambientes culturales distintos? Tuvieron que dirigirse a adultos, padres y madres de niños. Es decir, hubo que educarlos en la fe, en la iniciación en la fe. De ellos dependía el bautismo de sus hijos. A la vez hubo que dirigirse a los niños ya bautizados en iniciar la catequesis para formarles en la fe. En este trabajo había que contar con los padres, con la familia. Incluso con el clan o familia amplia que formaban las distintas familias.
Más aún, la evangelización, la catequesis debería ofrecerse en paralelo con el proceso educativo en su amplitud. También el que llamamos académico o escolar. Para ello se fundaron escuelas. Fueron necesarios internados para convocar a los dispersos por la selva. El internado era la única solución para el proceso evangelizador. Tenía un inconveniente, alejaba durante mucho tiempo al niño, o a la niña, de su familia. Se suplió esta dificultad, en la medida de lo posible, generando en los internados un ambiente de familia, personas que hacían de padre o de madre. No se podía conseguir en plenitud, pues no se puede sustituir a un padre ni a una madre, ni tampoco el clima de familia en el que se nació. La evangelización exigió a la vez una atención especial a la familia. Era medio para que ella actuara como primer actor en la educación de sus hijos. En la familia tendrían que convivir, una vez superado el internado.
Es un ejemplo de algo generalizado: los primeros educadores son los padres. No se puede educar niños sin educar padres. Y a ellos se ha de dejar el protagonismo en el proceso educativo. Para ser más precisos un segundo protagonismo, porque el primero lo tienen los mismos educandos, según van adquiriendo capacidad de reflexión y de tomar decisiones. La educación es acción inmanente, surge de dentro de quien se educa. No es transeúnte, aunque hablemos de educadores; estos son los que ayudan a que el educando lleve adelante su proceso.
La labor del educador se hace más efectiva cuando está cargada de afecto a quien ayuda a educarse. Educar es vocación. No simple profesión. Implica a la persona íntegra, que incluye lo más íntimo de la persona, sus sentimientos. Por eso son los padres, los que se sienten padres, unidos afectivamente a sus hijos, los auténticos educadores.
Pero, aunque el afecto surja de manera instantánea, el proceso educativo exige preparación, formación, para saber llevarlo a cabo. Hay que aprender a ser padres, educarse para ejercer esa vocación. Si hay escuelas para los niños, se han de completar con escuelas para padres. Lo han entendido no pocos centros educativos, y por ello han ofrecido esa oportunidad a los padres. Incluso, desde una preocupación pastoral, es más relevante la pastoral dirigida a los padres que la dirigida a los hijos.
Ahora bien, educar exige dejarse educar. Ya decía Pablo VI que nadie quiera evangelizar, si no está dispuesto a dejarse evangelizar por aquellos a los que se dirige. Los hijos educan a sus padres, les hacen reconsiderar sus esquemas mentales, los objetivos de la educación, el mismo proceso. Los padres educan a los educadores. Educar ha de realizarse siempre en el diálogo entre los inmersos en el proceso educativo.
Revisemos algunas circunstancias de procesos educativos; por ejemplo: ¿qué buscan los padres con la educación de sus hijos? Unos padres originarios de la selva amazónica, aquellos que se encontraron los misioneros y misioneras, y no solo en el momento del encuentro, sino también cuando ya formaban una comunidad cristiana, ¿qué querían para sus hijos?
Su limitada visión del mundo les inclinaba a que no desearan para ellos otra vida que la misma suya con determinadas ventajas para realizar las tareas que ellos realizaban, caza, pesca, cultivo de la chacra… Ello en su peculiar estilo de vida, en su modo de entender la familia, la naturaleza, las relaciones humanas; aunque algunas creencias no compatibles con las cristianas fueran postergadas, no olvidadas.
En otras zonas empobrecidas, los padres envían sus hijos a los centros educativos para que puedan saber moverse con más soltura, más aceptación en el ambiente social, para que mejoren su “calidad” de vida”. Se fían de que los educadores, que tienen otro modo de vivir distinto al suyo, ayudarán con los conocimientos que les confieren a superar el modo de vivir de ellos. Los más conscientes de su misión se fiarán de ellos para conseguir que sus hijos sean “buenos hijos”, buenos ciudadanos. Lo recuerdo: en el internado en que comencé mi tarea evangelizadora, como joven recién salido de los estudios institucionales del presbiterado en la Orden, los padres me confesaban su propósito: quiero que mi hijo esté aquí para que no tenga que ir a la mina como yo, o para que no sea como yo agricultor esclavo de la tierra; para que pueda vivir en un ambiente social distinto de la aldea.
Esa actitud era distinta en padres de holgada posición social, querían que sus hijos continuaran su negocio o explotaran sus propiedades, o que fueran, como ellos, abogados, o médicos, o algunas de las profesiones liberales socialmente reconocidas.
Sabemos que lo esencial de la educación, no es prepararse para una profesión que ayude a vivir cada vez mejor, con más holgura económica; sino caminar hacia desarrollar lo definitorio de su condición humana. Por eso en ese panel de deseos, que de modo elemental he presentado, hay que plantearse dónde y cómo se incrustaba la inquietud por la educación moral, para que fueran buenos ciudadanos, conscientes de que su bien es el común. Y, de acuerdo con su condición de cristianos –si lo eran-, en que buscaran que su vida se rigiera por los valores evangélicos, cultivasen la dimensión trascendente de la persona y el compromiso social, siempre entrelazados.
En esta educación integral los padres han de tener un mayor protagonismo. Es la familia la primera responsable de la educación integral de losniños y adolescentes. El educador, los padres han de tener en cuenta lo que decía Peguy, “nadie es digno de educar”. Es una vocación que exige humildad. Esta humildad implica que no se busque que el hijo sea el retrato del padre o la madre. Es pretencioso y equivocado ponerse como modelos, y reducir la educación a que reiteren su modo de ser, sus gustos, sus apreciaciones… En cualquier caso, siempre será un drama
la renuncia de los padres a la tarea educativa.Quizás porque tienen otras tareas, que creen más urgentes, como por ejemplo, mejorar la situación socioeconómica de la familia.
Nadie puede arrebatar a los padres, por serlo su derecho –y deber– a la educación. Sí se les ha de ayudar, como han de hacer educadores, catequistas. Sin coordinación entre familia e instituciones o instancias educativas la educación se resiente. Digo coordinación, que exige diálogo, intercambio de puntos de vista, presencia de los padres en los centros educativos, en las catequesis…, conocimiento de los educadores del ambiente familiar. Y, como en verdadero diálogo, dejarse unos y otros ser educados por aquel con quien dialoga.
Fray Juan José de León Lastra, OP
Natural de Asturias, donde nació durante la guerra civil española, es fraile desde que en el año 1952 profesó los consejos evangélicos en la Orden de los Dominicos. Tras los años de formación institucional, los treinta años siguientes los ha dedicado a la misión educativa en diversos colegios.
Se ha desempañado en diversos cargos de responsabilidad en la Orden: Provincial, miembro del Consejo Generalicio como asistente del Maestro de la Orden para España y Portugal, y un tiempo también para Italia. Prior en distintos conventos. Actualmente reside en la comunidad de Santo Domingo de Oviedo.
Ha sido profesor de Teología en centros de República Dominicana y Cuba, así como en varios de España. Actualmente es profesor en la ETI (Escuela de Teología por Internet). Durante sus ocho años como prior provincial ha tenido la oportunidad de visitar en varias ocasiones las misiones de los dominicos en el Perú.
Este artículo es un contenido extra ofrecido en el marco del Nº 3 de la Revista Selvas Amazónicas "Educación: El camino hacia la dignidad"