La misión ante el ser-negado*
No tenemos otra opción, ante las discriminaciones y esclavitudes actuales que tomar partido por los pobres; si queremos vivir en misión deberemos optar de forma clara y prioritaria por ellos.
Si examinamos en una muy breve síntesis de la historia de la Orden de Predicadores la atención a los pobres, vemos que, en el momento de su fundación, los predicadores junto con los franciscanos, ya en las primeras décadas del siglo XIII, abandonan la seguridad de los monasterios, propia de benedictinos y resto de Órdenes, sus riquezas, sus beneficios, y al margen del poder, se desplazan a las afueras de las ciudades. La pobreza de dominicos y franciscanos supone un corte radical respecto del ideal de pobreza en la vida religiosa de los siglos anteriores, así como de los canónigos regulares, en los que una estricta pobreza individual, que aumentaba su credibilidad, era el contrapeso a la riqueza de los monasterios y colegios canonicales, que se afanaban en sus hospederías a la atención y auxilio de los pobres que se dirigían a ellos y por ellos eran acogidos.
Cuando Domingo de Guzmán funda su Orden en 1216, la pobreza ya no estaba solo alrededor de los monasterios, sino que se expandía por las villas en crecimiento con el nacimiento de la burguesía. Surgen entonces las Órdenes mendicantes que pretenden en su mendicidad la atención a los pobres mediante la comunión de vida, esto es, viviendo como ellos. Michel Mollat lo expresa así: “para Francisco y Domingo el pobre es un ser viviente y la pobreza un hecho concreto. Ellos no se adhieren a una noción, sino que quieren compartir un género de vida y esta pobreza real, van a buscarla allá donde ella tiene un terreno nuevo: la Villa”.
Los diferentes institutos religiosos de los siglos posteriores orientados en su misión apostólica a los diferentes campos de actividad: educación, salud, etc., siempre mantendrán, con mayor o menor éxito, el ideal de fidelidad al carisma de los fundadores respondiendo a las exigencias y urgencias sociales, con momentos en los que la atención a los pobres sufrirá también los mismos vaivenes.
Pero en toda la historia de la vida religiosa hay que reconocer que esa tensión entre momentos álgidos y decadencia, reforma y laxismo siempre estuvo relacionada con la pobreza y los pobres.
Lo que sí está claro es que la vida religiosa, y más aún la religiosa-misionera, como lo es la dominicana, solo podrá ser fiel a su carisma de predicación viviendo en permanente escucha de las interpelaciones de Dios en las distintas situaciones del contexto socio-eclesial; así ocurrió con Benito, Domingo de Guzmán, Francisco de Asís, con la salvedad que si hablamos del contexto socio eclesial-misionero, me refiero a la misión “ad gentes”, se hace aún mucho más necesaria esa escucha que comprende hoy día el estudio, a la luz del evangelio, de la antropología, de la historia de las culturas, de la historia de las misiones…, en una palabra la misionología, para pasar de los tratados teológicos clásicos al campo metodológico (pastoral misionera) y vivencial (espiritualidad misionera).
La condición humana del pobre no es su culpa; ni es suficiente juzgarla y tildarla de injusticia, porque sería responsabilizar de ella a un grupo social que serían los injustos. La condición humana del pobre es una cuestión que afecta a toda la sociedad humana en su globalidad y a las relaciones que se establecen en ella. Los pobres de hoy no solo postulan una sociedad nueva, sino un mundo de relaciones sociales nuevo.
Los pobres no nacen, nacen personas. Los pobres los producimos y los mantenemos en su pobreza por nuestras estructuras de dominio casi siempre de dimensión transnacional. Los países pobres han sido encadenados a su pobreza por otros países de los que dependen, y que les exprimen su mermada riqueza con mayor o menor fuerza y opresión.
Tenemos el mejor ejemplo actual en la vacunación del COVID19: mientras los países ricos del norte, con mayor o menor éxito, van vacunando a sus poblaciones, ¿para cuándo se vacunará a la población del continente africano o de América Latina?
En la conferencia de Puebla de 1979 se señalaron los pobres de América Latina: indígenas, campesinos, obreros, desempleados, negros, subempleados, marginados de las ciudades y sobre todo las mujeres de estos colectivos. Hoy por hoy podemos aplicar esta relación a todos los países del sur. Pues bien, todos estos colectivos que suponen la mayoría de la población de los países pobres, sin mayores esperanzas, enflaquecidos por diferentes motivos raciales o sociales, son sometidos a diferentes mecanismos de empobrecimiento, mecanismos creados por la propia sociedad. Seguimos con el COVID19: Todos los países, han establecido normas de confinamiento para evitar la pandemia; los gobiernos ordenan: las escuelas permanecen cerradas, y las clases serán virtuales, vía internet. Se establece así un nuevo empobrecimiento para los colectivos pobres, que no tienen solvencia económica para la compra de ordenadores y pagar la conexión a internet: sus hijos no pueden seguir las clases; y la condición humana de esas familias queda marcadas por la negación. De hecho, todo empobrecimiento es una negación, se niega la dignidad de la persona, se niegan sus derechos humanos, se niega hasta su derecho a vivir cayendo en el genocidio (recordemos la historia de las misiones y en ella las masacres habidas por las correrías de los caucheros en el sur-oriente peruano; o pensemos en la desaparición de pueblos originarios en tantos países latino-americanos).
La concentración de la tierra por las grandes empresas agro-alimentarias, la riqueza mineral del subsuelo en manos de multinacionales mineras y petroleras, dejan a la mayoría de la población sin posibilidades de subsistencia, y bajo el dominio de imposiciones socio-económicas, (salarios bajos, obligatoriedad de uso de una falsa moneda empresarial con vales para economatos propios) y culturales (abandono de las tradiciones e imposición de la esclavitud laboral en que se vive y se olvida con cerveza y alcohol).
Ser pobre es sufrir en la carne la violencia de la carencia, el dolor del eterno retorno de la falta de lo necesario, llorar ante la conciencia de la propia negación-personal porque no tienes nombre, no eres, solo cuentas. Ser pobre significa y comporta sufrir la constante opresión, la represión y el hostigamiento de los poderosos, en una negación-global al explotar tu entera vida para el interés del amo, manteniéndote en la condición de negado, sin posibilidad de escapar.
Ya la conferencia de Puebla de 1979, hace ya 40 años, analizó el tema y planteó en su momento la teoría de la dependencia: Con la concentración de la propiedad de la tierra y del capital, las relaciones internacionales entre países ricos y pobres generan polos centros-periferia, tanto a nivel internacional (macro-sistema) que vincula las naciones, como a nivel nacional que vincula las clases sociales (micro-sistema). Los centros de ambos sistemas se relacionan y plantean los intereses políticos y económicos convenientes para sus beneficios, marginando de ellos a las mayorías de las periferias. A pesar de los cuarenta años transcurridos desde aquella conferencia, de los estudios realizados sobre la deuda externa de los países pobres y su cancelación, la situación actual de los pobres no difiere de aquella de hace cincuenta años, y si difiere lo es a peor: los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Pero lo que queda claro es que el problema de la pobreza sigue estando a nuestro lado y entre nosotros: religiosos y por ende misioneros.
Si como misioneros seguimos a Jesús, prolongando en el tiempo la vida de aquella comunidad apostólica que inició el Reino de Dios en aquel mundo tan discriminatorio por razones de nacimiento, de origen, de profesión, de raza, y tan parcializado;no tenemos otra opción, ante las discriminaciones y esclavitudes actuales que tomar partido por los pobres; si queremos vivir en misión deberemos optar de forma clara y prioritaria por ellos; es la única manera de configurar cristológicamente nuestra vida a la de Cristo al que seguimos y queremos anunciar.
Es evidente que la misión “ad gentes” requerirá para los diferentes contextos socio-económicos, diferentes formas de acción pastoral; así en los lugares donde la injusticia y la pobreza son más drásticas, se impone una mayor radicalidad profética. Pero en todo tiempo y lugar, no deberemos olvidar nunca que la riqueza de algunos se construye sobre la pobreza de la mayoría. Su olvido es lo que nos permite justificaciones encubridoras de una convivencia de la opulencia con nuestro propio estatus, alejándonos cada vez más de la configuración cristológica.
El misionero y su testimonio necesita estar presente ante la sociedad y relacionarse con ella desde los pobres y oprimidos, desde la periferia. Lo que exige, si se quiere vivir la vida en misión, un desplazamiento del “centro” a la “periferia”, con los correspondientes cambios en las prácticas sociales: entender la pobreza como empobrecimiento impuesto desde fuera y toma conciencia de la necesidad de evaluar la propia práctica social y política en favor de los grupos de la “periferia” en lugar de los del “centro”.
Dice el papa Francisco respecto del cambio de relaciones sociales con los países pobres: “Sí toda persona tiene una dignidad inalienable, sí todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esa responsabilidad de diversas maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo necesite imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no usufructuando ni vaciando de recursos naturales a países enteros propiciando sistemas corruptos que impiden el desarrollo digno de los pueblos. Esto que vale para las naciones se aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a veces lleva a que las regiones más desarrolladas y algunos países sueñen con liberarse del lastre de las regiones más pobres para aumentar todavía más su nivel de consumo” (Fratelli tutti n. 125).
Y también nos enseña respecto del comportamiento personal con los cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. “Porque no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social, sino de recorrer juntos un camino a través de esas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo que conservan en sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas al nombre de la fraternidad humana” (Fratelli tutti n. 129). Ocurre que: si acojo, les doy nombre y les llamo; cuando protejo, despierto dignidades dormidas; al promoverles, crecen en humanidad; y al integrarlos, dejan de estar negados, quedan integrados. Cuatro verbos que si se trata de la misión “ad gentes” deben saberse también conjugar y vivir en pasiva, porque el sueño de quien va a la misión es ser recibido en la comunidad; siendo protegido y cuidado por ellos; que me promuevan dándome a conocer cada día un poco más su cultura; y finalmente ser integrado como uno más de la comunidad sin ser negado por ellos. La fraternidad misionera se conjuga siempre por activa y por pasiva y de manera simultánea; de no ser así, aparecerán negaciones.
Fr. Francisco L. de Faragó Palou, OP
Director de Selvas Amazónicas – Misioneros Dominicos
*La descripción del pobre como ser-negado es propia de Carmelita de Freitas en el vocablo POBRE del diccionario de Teológico de la vida Consagrada. Publicaciones Claretianas, 1992.