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NOTICIAS DE MISIONEROS DOMINICOS

¿Qué está pasando en las misiones dominicas?

¿Nos dejamos tocar por las personas vulnerables y descartadas?

Fray Javier Aguilera Fierro, OP, nos guía con cuatro textos evangélicos a reflexionar y actuar en favor de la dignidad de los más vulnerables.

prueba

En el mundo nos encontramos con muchas personas que viven en situaciones de vulnerabilidad, excluidos y marginados, que pasan hambre, que ven conculcados sus derechos, que son descartadas por un sistema que no los tiene en cuenta y por una sociedad que mira para otro lado. ¿Qué nos dice la Sagrada Escritura? ¿Qué nos dicen los evangelios? ¿A qué nos llama? ¿A qué nos invita? Si la Palabra de Dios es referencia para nosotros y es criterio en nuestro actuar, vamos a desarrollar nuestras reflexiones a partir de algunos textos evangélicos significativos, para ver qué nos dice hoy, en el momento y en el mundo en el que nos toca vivir. Y dejemos que nos interpele.

¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él respondió: El que practicó la misericordia con él. Díjole entonces Jesús: Vete y haz tú lo mismo (Lc 10,36-37).

El final de la parábola del buen samaritano contrasta plenamente con la realidad que vivimos en nuestro día a día, pues son muchos los que se quedan al borde del camino sin nadie que practique la misericordia con ellos. Son los descartados de nuestro mundo, de nuestra sociedad.

En una actividad que organizaron las hijas de la caridad en el centro Miguel Mañara de Sevilla, en el día de las personas sin hogar, les preguntaron a quienes estaban acogidos en el centro qué es lo que pedirían al resto de la sociedad. Contestaron: “Que no seamos invisibles, que cuando paséis por nuestro lado nos saludéis, aunque no nos deis dinero”. Esto me hizo reflexionar, porque, en demasiadas ocasiones, estas personas se han vuelto invisibles para nosotros. En una palabra, las hemos descartado.

mujer desalojada

Lo mismo podríamos decir de aquellos que han caído en las redes de latrata de personas, los que se encuentran en las calles, en los burdeles, en tantos otros lugares. Es fácil comprobar cómo separamos la prostitución de la trata, la mendicidad de la trata, la delincuencia de la trata, la explotación laboral de la trata. Y es frecuente que hagamos caer sobre estas personas una doble condena: la de la trata y la de la actividad que realizan. Son los descartados de la sociedad.

¿Y los presos? Han cometido un delito, pero también son personas. Recordemos la frase de Concepción Arenal: “Odia el delito y compadécete del delincuente”. Sin embargo, las cárceles se han llevado fuera de las ciudades, separando a la cárcel y a los presos del resto de la sociedad. Vivimos sin verlos, sin tenerlos presentes; ni siquiera nos preguntamos por ellos. Y no solo los presos, tenemos igualmente barrios enteros que viven al margen: al igual que las personas sin hogar, también ellos son invisibles para nosotros, también son los descartados.  

Y podemos continuar: ahí están los migrantes, hombre y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que se ven obligados a salir de su tierra para buscar un futuro o la posibilidad de una vida más digna. Hay quienes huyen de la guerra, o de las consecuencias producidas por el cambio climático, o de la persecución por motivos religiosos, raciales, por su orientación sexual, etc. Otros huyen del hambre o de una vida sin futuro. Y cuando llegan aquí, a Europa, se encuentran con puertas cerradas o con muchas dificultades para regularizar su situación y poder tener un trabajo con el que ganarse la vida. ¡Cuántas de estas personas se sienten descartadas por una sociedad que no les tiene en cuenta!

uruguay barrio

¿Y qué sucede con las personas mayores o enfermas dependientes que se encuentran recluidas en pisos “prisión”, es decir, en espacios que, por falta de personas que les ayuden o por las dificultades en el acceso, se convierten en una prisión en la que están literalmente recluidos y no pueden salir? Lo mismo sucede en algunas residencias, donde simplemente son aparcados. ¿Y tantos niños y adolescentes que ven su infancia truncada por la falta de cariño, cayendo en una rueda de la que no pueden salir? He tenido la oportunidad de conocer en las cárceles, a jóvenes que desde niños han vivido prácticamente en la calle, yendo de reformatorio en reformatorio, sin que la sociedad, por medio de sus instituciones, les diese una respuesta o les atendiese en sus necesidades. 

¿Quiénes son los descartados de nuestro mundo? Personas sin hogar, víctimas de la trata de personas, encarcelados, migrantes, enfermos, ancianos, pueblos indígenas… Son muchos los que se quedan al borde del camino, sin nadie que practique la misericordia con ellos. 

No quiero acabar esta primera parte sin tener en cuenta a otros grupos o sociedades que también son descartados. Me refiero a los pueblos originarios o también llamados “pueblos indígenas”. No se les tiene en cuenta cuando es su territorio, en muchas ocasiones, el que está siendo explotado por empresas de nuestro mundo “desarrollado”. Les echamos de su espacio de vida, haciendo que tengan que emigrar a las ciudades con el desarraigo que conlleva y la pérdida de identidad cultural. Contaminamos sus tierras o sus aguas haciendo que enfermen, e incluso mueran.

 Quien lea esto puede pensar que es un relato catastrofista. Y puede serlo, pero de ninguna manera es ajeno a la realidad. Todas estas situaciones ocurren en mayor o menor grado, estas y muchas más, y hemos de dejarnos afectar por ellas, porque Dios se deja afectar.

Yahvé dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? Replicó Yahvé: ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo (Gn 4,9-10). 

Esta es la pregunta que se nos lanza hoy a cada uno de nosotros y a todos como sociedad. ¿Dónde está nuestro hermano o hermana? ¿Qué hemos hecho y qué estamos haciendo con nuestros prójimos? El papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti, nos da unas pistas para poder responder a estos cuestionamientos. 

 La globalización, que en principio debe ser un elemento positivo, se deshumaniza cuando pone en el centro la ley del mercado, reduciendo a las personas a meros productores y consumidores. Nuestro valor no es un resultado de lo que somos, sino de lo que tenemos y de lo que producimos. Una valoración dada por los cánones que nos establece el mercado.

 El desempleo, la precariedad y la explotación laboral, consecuencias de una obsesión por reducir los costos para aumentar las ganancias, genera un aumento de la pobreza, con la consecuencia inmediata de que cada vez hay más mujeres y hombres fuera del sistema o, dicho de otro modo, descartados. 

 Además, la globalización, tal como se desarrolla en la actualidad, conlleva la colonización, la imposición de una cultura y de una forma de ver el mundo, generalmente la occidental, sobre otras, lo que acarrea pérdida de identidad, de libertad, de justicia y de dignidad. Y junto a esta colonización cultural nos encontramos con la absolutización de las ideologías y la negación del que es o piensa diferente, lo que se traduce en una sociedad cada vez más enfrentada. Si no piensas como yo, estás fuera, no eres nadie y quedas al margen de todo debate. Hablamos mucho de diversidad, pero en la práctica la negamos constantemente.

¿Somos capaces de abrirnos al que piensa diferente para construir una sociedad en la que nadie sea excluido? ¿Cuidamos y tenemos presente a las personas mayores, a las personas dependientes, a las personas con capacidades diferentes? ¿Somos capaces de cambiar nuestro estilo de vida y de consumo para garantizar la conservación de los recursos naturales? 

 Un aspecto más a tener en cuenta: el individualismo. Nos miramos cada vez más a nosotros mismos, cuidando de nuestros propios intereses, olvidándonos de los demás y del bien común. El tema de la ecología es muy frecuente en nuestras conversaciones y discursos, pero ¿somos capaces de cambiar nuestro estilo de vida y nuestra manera de consumir para garantizar la vida en la tierra y la conservación de los recursos naturales? 

 Lo mismo sucede con grandes valores como la igualdad, solidaridad, paz y justicia: ¿somos capaces de implicarnos y complicarnos por los derechos de los demás trabajando por la igualdad, la paz y la justicia? ¿Somos capaces de compartir nuestros recursos como individuos y como sociedad con los más desfavorecidos y no solo compartiendo de lo que nos sobra, sino también de lo que necesitamos? 

 Y en el campo político e ideológico todos nos sentimos parte de una sociedad democrática; sin embargo, ¿somos capaces de abrirnos al que piensa diferente para construir entre todos una sociedad en la que nadie sea excluido y se quede al margen? Ciertamente, somos sensibles al cuidado de nuestros seres queridos, pero ¿cuidamos y tenemos presente a las personas mayores, a las personas dependientes, a las personas con capacidades diferentes? 

 No podemos dejar de lado tampoco el poder, entre aquellas cosas que nos llevan al descarte. Me refiero al poder personal, porque todos lo tenemos; en un ámbito o en otro, todos tenemos algún poder. No hay que mirar solo a los políticos. ¿Qué soy capaz de hacer yo con los demás para obtener y mantener el poder? Este aspecto lo debemos tener muy presente porque va a influir en gran medida en mi relación con los demás. El poder puede ser fuente de manipulación, descarte y despersonalización.

 Así podríamos ir mencionando numerosos aspectos y ámbitos de nuestra vida. Incluso, lo referido al llamado “analfabetismo digital”, que afecta a tantas personas mayores y no tan mayores. ¡Qué dolor causa ver el trato que se da a muchas de estas personas o la falta de atención que sufren los que no saben o no pueden utilizar los mecanismos digitales, porque no los conocen o simplemente por falta de recursos! Con este problema se tienen que enfrentar Cáritas y otras muchas asociaciones solidarias en un mundo en el que para todo necesitas una cita que se pide a través de internet, o cualquier otro mecanismo digital.

cuba chicos

 Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y acudimos a ti? Y el rey les dirá: Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,37-40).

 Esta cita del Evangelio de Mateo nos invita, no solo a hacernos conscientes de las situaciones de vulnerabilidad que encontramos en nuestro mundo, sino que nos llama a actuar en él para transformarlo. Estamos urgidos a cambiar nuestro estilo de vida para cuidar más y mejor nuestro planeta y a las personas que en él habitan.

 Tendremos verdaderamente presente y cuidaremos a tantas personas que pasan hambre, si cambiamos nuestro modo de consumir y vivimos más austeramente; si compartimos nuestros recursos y si nuestros países olvidan la eterna deuda e invierten en los países empobrecidos.

 Daremos de beber si verdaderamente somos responsables en el uso del agua; si nos olvidamos de la privatización y del interés económico de un bien que ha de llegar a todos los seres porque es necesario e indispensable para la vida; si dejamos de contaminar el planeta y sus aguas. 

 Acogeremos al forastero si abrimos nuestras puertas y nuestro corazón a las personas migrantes que llegan a nuestra tierra; si les regularizamos y les damos posibilidad de una vida digna y con futuro; si hacemos de nuestra sociedad un hogar en el que todas las personas se sientan queridas y reconocidas, valoradas y promocionadas. Igualmente, seremos respetuosos con los extranjeros si invertimos en los países de origen para que no se vean obligados a emigrar.

 No solo estamos llamados a hacernos conscientes de las situaciones de vulnerabilidad, sino que debemos actuar: compartir nuestros recursos, ser responsables en el uso del agua, abrir nuestro corazón a los migrantes, luchar contra el desempleo, cuidar de los enfermos y ancianos, dejar a un lado rencores y venganzas. 

 Vestiremos al desnudo si luchamos contra el paro; si proporcionamos los medios para que todas las personas puedan tener un hogar, un plato de comida que llevarse a la boca, la posibilidad de una formación y de unos estudios, tiempo libre del que poder disfrutar, un mundo de relaciones que llenen la vida.

 Visitaremos al enfermo y al anciano si damos importancia al ser y no al tener; si los valoramos y les mostramos nuestro cariño en la enfermedad y en la vejez; si estamos junto a ellos, caminando con ellos; si los escuchamos y los apreciamos; si los hacemos sentir que son parte importante de nuestras vidas; si acercamos y adaptamos nuestros avances a su realidad para que puedan seguir siendo independientes en la medida de lo posible.

 Visitaremos a los presos si rompemos los muros que nos separan y nos comprometemos para que ningún ser humano se sienta excluido y apartado; si dejamos a un lado los rencores y venganzas y ofrecemos medios para que las personas puedan cambiar y reinsertarse en la sociedad; si nos damos cuenta de que nosotros mismos pedimos misericordia a los demás y, por tanto, estamos llamados a ofrecer misericordia a todos.

 En definitiva, tenemos que concretar y hacer vida el evangelio en el que decimos creer y esto pasa, como hemos visto, por el cuidado y el respeto de los derechos de todas las personas y del planeta: “Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). 

 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión. Se acercó, vendó sus heridas y echó en ellas aceite y vino; lo montó luego en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él (Lc 10,33-34).

 Para llegar al punto anterior, a la práctica de la misericordia con las personas descartadas o vulnerables, hemos de aprender a ver, a mirar y a dejarnos llevar por la compasión. En esto, la parábola del buen samaritano nos sugiere algunas recetas.

 “Llegó junto a él”: Para llegar a un sitio hemos de salir de otro. Hemos de salir de nuestro propio mundo, de nuestros prejuicios, de nuestras comodidades, de nuestras ocupaciones y preocupaciones personales, de nuestras prisas, de nuestras… porque así es como podremos llegar al otro, al necesitado y al vulnerable.

 “Y al verlo”: Solo si llegamos al otro estaremos bien dispuestos para ver su realidad. Únicamente si dejamos de mirar nuestro propio mundo y entramos en el mundo del otro podremos ver y sentir lo que vive, lo que siente, y como decía el Concilio en la Gaudium et Spes, podremos ver “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”.

 “Tuvo compasión”: El Concilio Vaticano II lo dirá de esta manera: “… son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. Porque esto significa compasión: “padecer con”. Reír con el que ríe, sufrir con el que sufre. Hacer nuestra la alegría y el dolor del otro. Que nada de lo que sucede a un ser humano nos sea ajeno. Para ello, nos hemos de dejar traspasar por lo que ocurre en nuestra realidad, por lo que ocurre en nuestro mundo: dejarnos sentir, dejarnos doler por lo que le duele al otro, dejarnos sufrir por el sufrimiento del otro.

SALIR y desprenderse, LLEGAR al otro, VER y comprender su realidad, PADECER con, ACERCARNOS, ACTUAR en la realidad, estas son las recetas de la parábola del buen samaritano, que se resumen en una sola: practicar la misericordia.

 “Se acercó”: Ya hemos salido de nosotros mismos, hemos llegado al otro, lo hemos visto y nos hemos compadecido. Ahora hemos de saltar la barrera y tocar la realidad: pisar el barro, “pringarse”, actuar. No basta con los sentimientos, necesitamos de las obras que transformen dicha realidad. La misericordia, la compasión de Dios, transforma la realidad del otro.

 “Vendó sus heridas”: Debemos actuar en la realidad poniendo remedio al dolor del otro. Vendar sus heridas, sanar las consecuencias del mal, denunciar las causas que generan y hacen posible estos males.

  • Ayudemos a los refugiados que vienen a nuestra tierra huyendo de la guerra o de la persecución.
  • Ayudemos a los que viven en la calle o se han quedado al margen de la sociedad.
  • Ayudemos a las mujeres que sufren la violencia y a las que han caído en redes de trata de personas.
  • Ayudemos a que los presos se puedan reinsertar verdaderamente en la sociedad.
  • Ayudemos a los que van perdiendo sus derechos laborales y trabajemos por recobrarlos y para no perderlos más.
  • Ayudemos a los que pierden su trabajo o no pueden acceder al mercado laboral.
  • Ayudemos a las tribus indígenas a conservar sus tierras y sus tradiciones y, a la vez, a que puedan abrirse a los avances que les favorezcan la vida y los dignifique.

“Echó en ellas aceite y vino”: Y para ello, nuestro buen samaritano, no duda en desprenderse de lo que es suyo, de lo que él puede necesitar para el camino, simple y llanamente porque el otro lo necesita.

 “Lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él”: No nos podemos quedar en lo mínimo cuando se trata de atender, cuidar y ayudar al otro necesitado. Hemos de dar todo. Y esto implica poner en juego nuestras propias seguridades. Y no solo actuar en las consecuencias del mal, sino también en las causas que lo originan

 

Fray Javier Aguilera Fierro, OP - Promotor de Justicia y Paz ( Revista N°11 de Selvas Amazónicas - Sección A Fondo)

 

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