Proceso de nueva evangelización o lucha de los pueblos originarios por sus derechos
Lucha por la defensa de los derechos humanos en Chiapas (México): Pablo Iribarren Pascal, OP
Prolongada, costosa y muy dolorosa es la lucha que vienen haciendo, desde muy antiguo, los pueblos originarios de Chiapas y de otros países, en defensa de los derechos elementales de sus etnias. No pasa un mes sin que escuchemos, en una u otra nación latinoamericana o en otras latitudes, noticias de violencia, asesinatos, secuestros, cárcel de algún líder —hombres y mujeres—, o bien falsas acusaciones a quienes defienden, exigen, orientan y animan a los pueblos en la defensa de sus derechos a la tierra, la selva, manantiales, ríos y lagunas; del subsuelo con sus riquezas: minas, bancos de arena, petróleo, litio, gas; el derecho a su ambiente limpio, sano, sin contaminantes ni residuos tóxicos, que afectan la vida de niños y niñas, jóvenes, ancianos y adultos.
No han faltado programas de gobiernos y organismos oficiales y privados, que han dado servicios puntuales a los pueblos originarios, en particular en nuestros días, pero falta muchísimo por avanzar, dado el rezago en el reconocimiento de los derechos de las etnias originarias que ha sido cosa de siglos: derecho a sus costumbres, lengua, autogobierno; derecho en el campo de la salud y al aprovechamiento de su medicina natural y práctica médica inmemorial; derecho a caminos, pues se les ha tenido aislados; derecho a la educación bilingüe y formación humana, intelectual, profesional, y aún, en el ámbito religioso, en el que también han padecido violencia y represión.
Por último, la modernidad y cultura dominante invaden los pueblos originarios, ante ella se hallan indefensos, pues su fuerza arrolladora penetra en el hogar y hasta lo más íntimo del ser humano, destruye las tradiciones más sagradas de la vida presente y futura. No parece haber fuerza humana que evite tal invasión. Las ofertas que ofrece la modernidad resultan atrayentes, y no solo para los pueblos originarios llenos de privaciones, sino para la sociedad entera, bombardeada día y noche por propaganda de ofertas engañosas de felicidad a través del consumo de los cuasi infinitos productos: ropas, cosméticos, útiles para el hogar, bebidas, diversiones, viajes que “garantizan” al cliente comodidad plena, belleza inigualable, salud, triunfo, éxito…, la felicidad. No por lo dicho dejo de reconocer las maravillas que ha aportado la modernidad y su cultura al mundo y a la humanidad.
Realidad en que vivían (morían) los pueblos
Tan solo evoco las luchas que los pueblos y líderes originarios hicieron en la antigüedad —rebeliones, guerras, oposición, resistencia silenciosa— en reclamo de sus derechos. Pero me centraré en hablar del presente. Con tal expresión, me refiero a los tiempos en que he acompañado y he sido testigo de las luchas de etnias y pueblos originarios en Chiapas, México, entre los pueblos tzeltales, tzotziles, tojolabales, choles, zoques, lacandón y otros, desde el año 1977 en que ingresé en sus tierras y acompañé estos pueblos hasta el día de hoy.
En la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, a donde llegué en 1977 por mi condición religiosa, me encontré ya con una diócesis embarcada, comprometida en un proceso de liberación de los pueblos mencionados, que fueron dominados por los aztecas a finales del siglo XV, y más tarde en el XVI por la conquista y colonización de América. Posteriormente, vino la independencia, que, para dichos pueblos, no significó otra cosa que un cambio de patrón, de “amo” decían.
Por cierto, en mi servicio de acompañamiento pastoral, en cierta visita a una comunidad que había logrado superar el dominio del patrón emigrando a la selva, pregunté a uno de los catequistas, preparando el plan de trabajo: “¿Quién es Dios?”, y me respondió: “Ahora, tu Dios es mi Dios, el Padre bueno; en los tiempos de “mozo” en la finca —donde vivía casi como esclavo—, mi “amo-patrón” era mi dios, nada podía hacer sin que él me lo permitiera. El Dios verdadero, vino en mi ayuda y soy libre. Me encontré con Él a través de la voz del misionero”. A ese extremo llegó el dominio, la semi esclavitud en que había vivido él, sus padres, sus abuelos y quizá, varias generaciones anteriores.
“Tu Dios es mi Dios, el Dios verdadero, quien vino en mi ayuda y soy libre. Me encontré con Él a través de la voz del misionero” (testimonio de catequista).
Los pueblos oprimidos toman voz
En el año 1975, la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, motivada e inspirada por el Concilio Vaticano II, entró en un proceso evangelizador siguiendo el ejemplo de Jesucristo que, siendo de condición divina, se encarnó “haciéndose en todo semejante a nosotros menos en el pecado”. “Se anonadó”, dice Pablo, “tomó la condición de siervo”. Así inició la iglesia particular de San Cristóbal su proceso de encarnación del evangelio, un evangelio liberador desde las raíces —el pecado— causante de un sistema opresor que padecía el pueblo, el Pueblo de Dios.
La Iglesia se encarnó en el pueblo, en sus culturas, en la situación social de marginación que padecían la mayor parte de sus fieles. A consecuencia de esta actitud, la Iglesia de San Cristóbal de Las Casas fue marginada, oprimida. Vivió años dolorosos, padeció persecución de gobiernos, de cristianos poderosos que no entendían su opción por el pobre, se hizo pobre con el pobre. Más aún, me atrevería a decir, se le consideró equivocada en su caminar conciliar, vejada, humillada, juzgada por ciertas cúpulas de la Iglesia coludidas con los poderes de este mundo. Se hizo pobre con los pobres, y sufrió la suerte de los pobres. Se anonadó, se hizo servidora.
Un año antes, del 13 al 15 de octubre de 1974, la diócesis celebró el Congreso Indígena, en el que participaron mil doscientos representantes, muchos de ellos catequistas. El Movimiento Catequístico Diocesano estaba muy avanzado, conformado en su mayor parte por hombres de todas las etnias de Chiapas. La mujer indígena entró más tarde en el Movimiento Catequístico por razones culturales de las etnias originarias, que pronto se superaron. El pueblo, las comunidades más conscientes, prepararon durante un año el Congreso Indígena, en reflexión y meditación a luz del evangelio, sobre la realidad opresora que padecían.
Los representantes de las diversas etnias trajeron al Congreso un análisis exhaustivo de la situación de marginación en que vivían y presentaron al gobierno y a la Iglesia sus conclusiones centradas en los derechos de los pueblos originarios. Primero, el derecho a la tierra, tierra que pertenecía a sus mayores y le fue robada; segundo, la salud, exigiendo médicos, medicinas, centros de asistencia médica, y respeto a las formas y medicinas tradicionales; tercero, la educación escolar, con centros adecuados y magisterio bilingüe; cuarto, caminos, vehículos para el pasaje y traslado de su producción agrícola y ganadera al mercado. Y dado el crecimiento eclesial alcanzado con la participación catequística nativa y creación de comunidades cristiana, pidieron el derecho a una Iglesia autóctona.
Por su compromiso con el pueblo y sus culturas, nuestra diócesis vivió años dolorosos, padeció persecución, se le consideró equivocada en su caminar conciliar, vejada, humillada. Pero se hizo pobre con los pobres, y sufrió la suerte de los pobres.
La Palabra de Dios es liberadora: Concilio Vaticano II y Jtatik Samuel Ruiz García
Una de las grandes motivaciones que impulsó esta novedosa pastoral evangélica y liberadora estuvo impulsada por su pastor y obispo, desde noviembre de 1959, padre conciliar del Vaticano II, Mons. Samuel Ruiz García, a quien se le conoce con el término de “Jtatik”, padre, en varias lenguas propias de la región, de origen maya.
En 1961, Samuel Ruiz, recién estrenado como pastor de la Diócesis de Chiapas, tuvo la suerte y gracia de participar en el Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII. Desde la primera sesión, Jtatik Samuel vivió el Concilio y contribuyó, junto con los demás padres conciliares, en la renovación y reorientación de la Iglesia. El Papa Juan expresó su sentir sobre el concilio con gran alegría y ardor, como lo hizo María cuando proclamó el Magníficat: “Abramos las ventanas de la Iglesia… Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia… Hoy, se exige a la Iglesia que inyecte en las venas de la comunidad humana actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”.
Jtatik Samuel regresaba del Concilio a su diócesis, trayendo “la Buena Nueva” vivida en él y animando a abrir puertas y ventanas y proclamar a sus pueblos la liberación de penas, tristezas, pobrezas, ignorancia, abandonos y la opresión en la que vivía la gran mayoría. El obispo Samuel, al descubrir a su llegada la triste y pobre situación en que vivía la gente, pensó en un primer momento en llevarle alimento, ropa con que cubrir sus desnudeces, medicinas ante la enfermedad, zapatos, guaraches a los pies descalzos, escuelas para el aprendizaje de las lenguas…
Jtatik Samuel, sentía la urgencia de remediar las necesidades del pueblo a él confiado, y se empeñó en ello; pero no podía quedarse tan solo en procurar el remedio a nivel material, de por sí grave. Él mismo, su inteligencia y corazón humano, sensible, le llevó a mirar a mayor profundidad, como lo indicaba y se trabajaba en el Concilio, abierto a la voz del Espíritu, con fe, oración y escucha a la realidad imperante, en diálogo con Dios y con los demás padres conciliares. Había que tomar al ser humano en su totalidad e ir a la raíz profunda de tales males, el pecado de una sociedad opresora, estructurada injustamente desde el individualismo egoísta y ambicioso, que valora a las gentes desde lo económico (“tanto tienes, tanto vales”), desde su capacidad de compra-venta.
El Concilio, guiado por la más prístina tradición de la Iglesia, volvió a tomar al ser humano en su dignidad, en su condición de persona, raíz de todos sus derechos, hijos e hijas de Dios. Me viene a la mente la palabra fuerte de aquel fraile dominico del siglo XVI, fray Antonio de Montesinos, que a nombre de su comunidad, con gran valor, defendió a los oprimidos y encaró a los conquistadores diciéndoles con toda verdad y en justicia: “¿Acaso no son hombres? (en la actualidad agregamos ‘y mujeres’). ¿Acaso no tienen ánimas racionales?, ¿por qué los matan y oprimen?, ¿por qué los tienen reducidos a esclavitud?
Me permito igualmente evocar a otro fraile singular y primer obispo de la Diócesis de Chiapas, Fray Bartolomé de las Casas (1544-1550), que habiendo escuchado la denuncia de fray Antonio de Montesinos en 1511, en la isla La Española, se convirtió al Dios de la vida y, desde Él, al ser humano en defensa de su dignidad y derechos. Fray Bartolomé fue incansable en la defensa de la dignidad de los indígenas, de las razas o etnias originarias. No hubo fuerza humana ni amenazas, calumnias, difamaciones y menosprecios, humillaciones que le hicieran desistir en su empeño.
Esa es la herencia singular y más significativa que reciben los obispos de Chiapas desde la fundación de la diócesis y de su ordenación. Fray Bartolomé fue el primero y aunque no todos los obispos lo hicieron con el mismo vigor, gran parte de ellos a lo largo de los siglos escucharon el grito de los pueblos, familias, personas, hombres y mujeres oprimidos por un sistema injusto y prepotente y defendieron la dignidad del pobre y explotado chiapaneco de las diferentes etnias originarias: ch´ol, tojolabal, soque, tzotzil, chiapa…
La singular herencia recibida de la comunidad dominicana de La Española y fray Bartolomé viene siendo asumida por los obispos de Chiapas: escuchar el grito de los pueblos, familias y personas oprimidos por un sistema injusto y prepotente, defendiendo la dignidad del chiapaneco de las diferentes etnias originarias.
Fray Raúl Vera López: nuevo apoyo a la diócesis y a su opción evangelizadora
Cuando más delicada era la situación de la Diócesis de San Cristóbal ante el acoso que padecía por parte de ciertas esferas gubernamentales y vaticanas, arriba fray Raúl Vera López, dominico, que había guiado con destreza la Diócesis de Altamirano, México, con un plan de pastoral inspirado en el Vaticano II. Es nombrado obispo coadjutor de la Diócesis de San Cristóbal, y bajo este cargo se desempeñó en el periodo 1995-1999.
Fray Raúl, acompañó y compartió su autoridad con Jtatik Samuel y ambos marcaron la ruta a seguir en el Tercer Sínodo Diocesano, celebrado durante los años 1995 a 1999. Este Sínodo recogió, sistematizó y precisó la experiencia pastoral y vida de fe, que vivió en la esperanza y caridad la Iglesia particular en Chiapas y de San Cristóbal de Las Casas, surgida del espíritu de Pentecostés, bajo la moción del Concilio Vaticano II hasta el día de hoy. Igualmente, los sacerdotes, religiosos y religiosas y sus más de ocho mil catequistas, hombres y mujeres, los numerosísimos diáconos (600) y coros, consejeros de la vida familiar, de salud, de educación, de la tierra, impregnados de espíritu evangélico, hicieron posible, por obra del Espíritu, que pueblos e individuos fueran conscientes de sus derechos y con voz en la sociedad.
Asamblea diocesana e instancias de gobierno en la diócesis
La instancia que podemos decir orientadora y hasta dirigente de la diócesis, tomando siempre en cuenta el servicio episcopal en forma colegiada, fue la Asamblea General. Año con año y a veces con asambleas extraordinarias, cuando la situación lo ameritaba, en sus inicios estaba formada por los sacerdotes, religiosos y religiosas y algunos laicos más comprometidos en la acción evangelizadora. En etapas posteriores, se integraron a ella catequistas y representantes de las comunidades, hombres y mujeres, además de los diáconos, que fueron ordenados, a modo de pre diáconos en 1973 y diáconos a finales de 1974 y principios de 1975.
En la Asamblea, en un clima de oración, junto con el obispo, y después de un análisis estructural riguroso sobre la realidad sociocultural, política, económica y religiosa, a la luz de la Palabra de Dios, se toman las decisiones a las que dará continuidad el Consejo Pastoral. Y lo hará a través de sus representantes provenientes de las siete zonas pastorales de la diócesis (hombres y mujeres), siguiendo las opciones prioritarias a seguir en la pastoral evangelizadora: el pobre, el indígena, la mujer, la Iglesia autóctona, la teología india, ministerios, diaconado, la familia, estructuras opresivas sociales, la juventud, las organizaciones criminales…
Cabe destacar que en la primera Asamblea, celebrada en 1975, después de un análisis de la realidad local, nacional e internacional, a la luz del evangelio, se tomó la opción de una Iglesia diocesana por los pobres, opción que se hizo carne en el corazón de sacerdotes, laicos/as, religiosos/as y catequistas nativos, en su vida y servicio evangelizador.
Fray Raúl Vera, como obispo coadjutor de la diócesis, acompañó a Jtatik Samuel y ambos marcaron la ruta a seguir en el Tercer Sínodo Diocesano. En este Sínodo se recogió, sistematizó y precisó la práctica y vivencia pastoral, de fe y de vida, vividas en la fe y la esperanza. La Iglesia particular en Chiapas y de San Cristóbal de Las Casas, fortalecida por el Espíritu de Pentecostés, bajo la moción del Concilio Vaticano II, se hizo carne en el corazón de su pastor y de los sacerdotes, laicos/as y religiosos/as nativos y afiliados.
Gracias a Dios, los lineamientos eclesiológicos que se dieron a partir del Concilio Vaticano II, bajo la dirección del obispo Jtatik Samuel, y la presencia solidaria, sabia y comprensiva de Jtatik Raúl en los años más decisivos; y la continuidad que los obispos, Felipe Arizmendi, Enrique Díaz, Rodrigo Aguilar y Luis Manuel López, hasta el día de hoy, han dado al proceso diocesano, ha contribuido a que los pueblos originarios y sectores pobres y humildes de la sociedad recuperen su dignidad de personas humanas, sujetos de derechos y deberes en la sociedad chiapaneca.
Opciones prioritarias en la pastoral evangelizadora: el pobre, el indígena, la mujer, la Iglesia autóctona, la teología india, ministerios, diaconado, la familia, estructuras opresivas sociales, la juventud, las organizaciones criminales.
Proceso y actualidad eclesial de la diócesis
Los logros en este proceso evangelizador no pretenden buscar gloria en sí mismos, pues todo es gracia de la bondad de Dios y su Espíritu, que sigue “aleteando sobre la superficie de las aguas”, e impulsa el respeto a la defensa de los derechos de los pueblos originarios. A pesar de los obstáculos que enfrenta la acción evangelizadora de la Iglesia, ante la que surgen nuevos obstáculos cada día, puedo decir que se han dado tangibles beneficios.
Y no solo gracias al trabajo de la Iglesia, pues son muchos los organismos, de muy diversa índole, que han contribuido a ello. En primer lugar, el impulso que dieron los trece clérigos que quedaron en Chiapas, en la década de 1940, en que la diócesis salía de una etapa de persecución profunda. Posteriormente, con el alzamiento zapatista de 1994. Y sobre todo, el aporte del Vaticano II, gran detonador de la Nueva Evangelización, con las “Semillas del Verbo”, en las que se reconoce la presencia de Dios en las distintas culturas antes de que llegaran los misioneros, proporcionando un gran impulso en la formación de una Iglesia Pueblo de Dios y el reconocimiento a las iglesias particulares y autóctonas.
A raíz de esta década de 1940, se convocó a pueblos y aldeas a nombrar catequistas de su propia comunidad, lengua y cultura. Años después, en la década de 1960, tomó auge el Movimiento Catequístico con sus escuelas de formación. A través de ellas, miles de hombres animados por el Espíritu de Jesús tomaron en serio el compromiso de evangelizar, sin perder su condición de campesinos. Es así que se fueron creando comunidades cristianas, conscientes de su responsabilidad evangelizadora, al modo de la comunidad de Antioquía, con el envío de Pablo y Bernabé durante la primera edad de la Iglesia y de su transformación social.
A la luz de la realidad y sus necesidades surgieron los diversos ministerios y nuevos catequistas, conocedores, conscientes y respetuosos de las culturas y tradiciones de sus pueblos y etnias. Ellos vieron por la realidad espiritual y material de los mismos, creando centros de formación humana y técnica, mujeres promotoras de un hogar sano, aseado y limpio, escuelas de catequistas, ministros de la palabra, cooperativas de sus hogares y pueblos, colectivos de producción, promotores de salud, maestros campesinos, ministros de paz y reconciliación, servidores de cuestiones agrarias. Y también ministros de la Eucaristía, coros musicales, servidores del templo, pre diáconos, diaconado permanente (aunque se nos prohibió la ordenación de estos diáconos durante varios años por sospechas y temores infundados), sacerdotes indígenas. En definitiva, un pueblo laico y creyente, comprometido con la causa de la justicia y derechos de los pueblos.
Numerosos eventos se vienen desarrollando en los últimos años:
- El Congreso de la Tierra (2014), en el que se defendió el derecho de los pueblos nativos a la tierra que se les había arrebatado.
- Seminario sacerdotal pluricultural.
- Organismo de promoción de la mujer (CODIMUJ).
- Iglesia Autóctona.
- Comisión Pentecostés, formada cuando la Iglesia se vio amenazada por la visita de la curia vaticana.
- Comité de Análisis.
- Organismos de derechos humanos (Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, Fray Lorenzo de la Nada), SERAPAZ, CORECO, MELEL XOJOBAL…
- Organismos de servidores y ministerios, algunos de los cuales vienen funcionando desde la década de 1940 hasta el día de hoy, y que surgieron ante las necesidades más urgentes que se presentaron a los pueblos originarios.
La Iglesia particular de Chiapas, en comunión con la Iglesia, sigue caminando al encuentro del Señor que vendrá al final de la historia, pero que, día a día, sigue animando con su Espíritu a una Iglesia que lo hace presente en las diversas culturas y pueblos.