¡Somos misión!

La Misión de Verano 2025, nos recibió con el sol pegando fuerte, la ola de calor no dio tregua, pero tampoco detuvo la Buena Nueva. Del 1 al 9 de febrero, la Parroquia Santísima Trinidad de Montevideo se puso en modo misión y esperanza. Desde Paraguay, llegaron prenovicios y frailes estudiantes para sumarse al grupo de misioneros, como todos los años. Las comunidades de Jesús Buen Pastor y Santo Domingo de Guzmán, nos recibieron con los brazos abiertos y los pies dispuestos a salir al encuentro de la gente.

“Hemos sido consagrados para ser discípulos y misioneros de la esperanza, cada uno desde su estilo de vida”

El primer día, como quien se calza las sandalias del Evangelio, iniciamos con una oración marcada por signos que nos acompañaron durante toda la travesía: zapatos y sandalias, bastón y lámpara. “Somos misión” resonó durante toda la misión como himno, y nos hizo conscientes de que todos somos peregrinos de la esperanza.
El 2 de febrero, aunque ya habíamos comenzado a caminar y visitar a las familias, celebramos la misa de envío. Fray Cristino nos recordó el año jubilar y nuestra vocación de ser peregrinos de la esperanza: “Hemos sido consagrados para ser discípulos y misioneros de la esperanza, cada uno desde su estilo de vida”. Esa misma tarde y el 7 de febrero, casi doscientos pequeños llenaron los encuentros con sus risas y preguntas, con sus juegos y pintatas. Luego, los jóvenes se hicieron parte del camino, tuvimos dos encuentros con jóvenes, el 3 y el 8 de febrero, cerrando la jornada con una gran peña artística. Al caer la tarde, entre abrazos, la música, el baile, a la rima de la poesía, fueron la voz de un pueblo que se encuentra en el arte, que reza con las cuerdas de una guitarra y celebra la vida en cada compás.

La misión no es solo dar, también es recibir y dejarse abrazar por la comunidad y toda la creación

A mitad de camino, nos dimos un respiro. El 04 de febrero fuimos hasta el Balneario El Pinar, donde la Parroquia Santa Rita de Casia nos abrió sus puertas, a quienes agradecemos por la hospitalidad. Entre risas, anécdotas, mate y terere compartido, el sol y la playa nos dieron fuerza para seguir. Porque la misión no es solo dar, también es recibir y dejarse abrazar por la comunidad y toda la creación: “Vio Dios cuánto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 2, 31)

Nos ejercitamos en la escucha, porque hay dolores que solo encuentran consuelo cuando se expresa y se comparte.

Las visitas casa por casa fueron un espejo de la realidad. Detrás de cada puerta se escondía una historia, a veces de esperanza, otras de lucha. Niños vulnerables y jóvenes atrapados por la droga, familias golpeadas por la falta de oportunidades, rostros que ahora llevan nombre en la memoria de cada misionero. Nos ejercitamos en la escucha, porque hay dolores que solo encuentran consuelo cuando se expresa y se comparte.

Del 5 al 7 de febrero, nos encontramos con los adultos en espacios de diálogo y oración. Como los primeros cristianos, nos reunimos en casas, donde los vecinos pudieron poner rostro a la casa de al lado, a mirarse a los ojos y la fe se hizo encuentro. Y María, la madre Jesús estuvo presente, como en la visitación a Isabel (Lc 1, 39-45). Su imagen recorrió los hogares, llevando consuelo a los enfermos, acompañando a quienes necesitaban compañía y se sentían huérfanos.

El 9 de febrero, terminamos la misión con la Misa porque hubo tanto por agradecer a Dios por lo vivido y compartido, celebramos en la Capilla Jesús Buen Pastor, lugar que nos dio techo, espacios de oración y las mejores comidas. Todas las comunidades se hicieron presentes: Hermanas Dominicas de la Anunciata, las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, vecinos y misioneros. Fue un tiempo de siembra, y sabemos que Dios hará germinar lo que con alegría hemos plantado.

En cada cuadra, en cada mirada, en cada gesto de acogida, Dios se hizo presente. Y en nuestros corazones el eco de los nombres, rostros e historias sigue latiendo, la misión sigue latiendo.